- De Homenaje Racial, a Guelaguetza y a baile popular

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Cuauhtémoc Blas

 

El Homenaje Racial fue creado en 1932 para festejar los 400 años de Oaxaca como Ciudad. Fiesta concebida para que los pueblos indios de la entidad llegaran a rendir pleitesía a la Gran Señora, a la Sultana del Sur. Este festejo de aniversario, como todos los años, se hizo en el mes de abril.

 

De ahí nacería, casi 20 años después, la Guelaguetza, sobrepuesta a los Lunes del Cerro, en días del mes de julio, días de las fiestas de la ciudad, y sobre la costumbre de la gente del Valle de ir a convivir al Cerro del Fortín.

 

En1932, se dio un despliegue de capacidades artísticas. El Comité Organizador del IV Centenario tuvo como presidente honorario al gobernador y como presidente formal a León Olvera, presidente municipal de Oaxaca.

 

Fiesta creada por los mejores

 

El libreto del Homenaje Racial se encargó al doctor Alberto Vargas, con la colaboración de Policarpo T. Sánchez y Alfredo Canseco Feraud. Todo un equipo de notables trabajó en la puesta en escena, entre ellos Jacobo Dalevuelta, encargado de la escenificación. En la música el maestro Samuel Mondragón.

 

Fue una escrupulosa selección y creación de música, danzas, bailes y bailables donde concurrieron artistas locales, coreógrafos, historiadores, una legión de intelectuales convocados por el gobernador Francisco López Cortés, oriundo de Ixtepec, a quien le tocó ese IV Centenario.

 

Se seleccionó lo que a juicio de los organizadores era indígena, ningún grupo o representante de éstos estuvo en la organización. Se trató de una celebración de 400 años de vida colonial de Oaxaca, donde los indígenas sólo vinieron a rendir tributo a la Ciudad, a entregar sus bastones de mando.

 

De cualquier forma, según Jesús Lizama Quijano, en su libro “La Guelaguetza en Oaxaca”, las fiestas del IV Centenario fueron un parteaguas, marcaron un antes y un después en la historia de Oaxaca, pues por primera vez Oaxaca se enfrentó a sí mismo, por primera vez se puso en cuestión la glorificación del indígena muerto, y se tuvo muy de frente a los indígenas vivos.

 

El Oaxaca colonial se vio de pronto revalorizando —a querer o no— al indígena, en sus bailes, artesanía y en su arte. Incluso arrancó calificaciones como éstas de los cronistas: “Hay majestad en este desfile de indios”, lo que parecía bastante.

 

El Cerro del Fortín, historia

 

En 1953 arranca la nueva historia de la fiesta que retoma el nombre de los Lunes del Cerro del Fortín, lugar donde desde la época precolombina los zapotecas hacían sus ceremonias a la diosa Centeólt, sitio que llamaban “Daninayaloani”, Cerro de la Bella Vista. (Vista, que taparon con la velaría). A su llegada, los Aztecas también ocuparon ese lugar para sus ritos, de acuerdo a la historia de Alfredo Chavero en “México a través de los siglos”.

 

Durante la colonia, así como en la etapa de independencia con sus pocos cambios, el Cerro es centro de reunión y convivencia de las familias, las que acostumbraban ir a pasear al Carmen Alto, a comer, recoger azucenas y bajaban por la tarde, generalmente bajo la lluvia. En ese escenario se inscribió la Guelaguetza.

 

Es hasta 1959 cuando, después de ensayos y arreglos, la fiesta tomó en su conjunto el nombre de La Guelaguetza, vocablo indígena que alude a cooperación. Se eliminaron de la presentación a los grupos folclóricos, y se conformó sólo por delegaciones de las poblaciones del estado. Guelaguetza urbana que empezaba a llamarse la Fiesta más grande o máxima de Oaxaca, con dedicatoria especial a los ojos de afuera, de políticos nacionales, prensa y turismo.

 

Esta historia es muy larga, pero hasta entonces nadie concebía la idea de modificar, incluir ni mucho menos presionar para hacer cambios a la fiesta. Concebida, como decíamos, por un libreto realizado por Vargas y Canseco Feraud.

 

Fiesta sin formato ni orden

 

Hubo gran cuidado y capacidades para crear un espectáculo impresionante. No estarían mal otras innovaciones si hubiera capacidades. Hoy quienes hacen innovaciones en bailes y música carecen evidentemente de talento, con pocas excepciones.

 

Podemos decir que la Guelaguetza de hoy está por los suelos, cual simple baile de pueblo. Roto por completo el libreto del maestro Feraud, sin ningún otro que dé orden y sentido a la fiesta. Hoy estamos ante un espectáculo sin planeación, caótico. Que dos, tres, cuatro delegaciones de la misma región participen en ellas ilustra el desarreglo.

 

De manera manifiesta el Comité Organizador, o sea el gobierno, ha sostenido que lo importante es la cantidad de delegaciones y no la calidad de éstas. El llamado Comité de Autenticidad hace tiempo dejó de ser útil.

 

No hay quien cuide la fiesta, las delegaciones traen lo que se les antoja, la política pueblerina sustituyó al arte, y la cantidad de delegaciones a la calidad de las mismas. Estamos ante una parodia de lo que fue concebido y llegó a ser la fiesta con reminiscencias indígenas más grande de América Latina.

 

Finalmente, el responsable de esta devaluación de la Guelaguetza no es más que aquél que organiza y convoca: el gobierno del estado que permite cualquier ocurrencia y hasta las propicia.

 

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