1968, herencia desperdiciada

Imprimir

Desde hace un tiempo el concepto de calidad de la democracia sirve para que los teóricos de ésta tengan mejores herramientas para su estudio, sobre todo en América Latina. Ya no se plantea el viejo dilema de si hay o no democracia, sino de la calidad de las democracias.

La necesidad de participación de las distintas sociedades, así como la presión internacional, por la imprescindible convivencia con las naciones más desarrolladas, ha llevado a los países a mayor calidad democrática. El caso de Chile es paradigmático, con algún parecido a la España después de Francisco Franco, a la salida de Pinochet se instaura una democracia con mayor calidad que las de sus países vecinos.

Chile, además, muestra una realidad que supera los pre-juicios teóricos comunes, pues las bases productivas que le permitió el más alto crecimiento económico de la región a este país andino fueron sentadas durante la dictadura pinochetista. Algo que podría ser una sorpresa; la industria del Vino chileno, por ejemplo, alcanzó buenos nichos de mercado en el ámbito internacional.

Pero más sorpresivos pueden ser los estudios de opinión en ese país que no condenan de manera terminante esa dictadura. De donde cobra fuerza la hipótesis de que el pueblo puede prescindir de la democracia si tiene el estómago y los bolsillos colmados.

De ahí puede partir la explicación de los avatares de una democracia que ha decrecido en calidad, como la venezolana donde un personaje, Hugo Chávez, presidente de esa república ha echado para atrás la calidad de la democracia de su país. Un militar con pretensiones de iluminado, quien con un discurso populista pretende perpetuarse en el poder. Sin embargo, cuenta Chávez con un fuerte apoyo: las divisas que le proporciona la exportación petrolera, que, como en las buenas épocas de México, ayudan a sostener gobiernos autoritarios.

Hasta 1970 (con la histórica excepción del 68, claro) el Estado mexicano sostuvo una paz relativa en el país, con un aceptable crecimiento de la economía. Desde 1940 con Ávila Camacho, hasta con el asesino de Luis Echeverría, el país experimentó un notable crecimiento económico que se dio en llamar “El milagro mexicano”.

En 1968 iniciaba el agotamiento de este modelo económico, así como el del modelo político que lo hacía posible con base en posponer los reclamos de la clase obrera. Entonces, las reivindicaciones eran reprimidas y en cualquier manifestación se veía, mañosamente, una conjura comunista. En verdad poco se sabe del ambiente político que vivía México antes de 1968.

Nos contaba el maestro de la UNAM, Gabriel Careaga, que por aquellos años, cuando el presidente de los Estados Unidos viajaba a México, el miope gobierno mexicano mandaba a encerrar en la cárcel a los menos de 10 comunistas que se aburrían en las oficinas del entonces proscrito Partido Comunista Mexicano (PCM).

El autoritarismo y la intolerancia del régimen priista de aquellos años eran desproporcionados. Por ello, junto con el agotamiento del “milagro mexicano”, es decir, la caída de la economía, inició la exigencia social de mayores espacios de libertad y democracia.

La válvula de escape de una sociedad reprimida, y en buena parte sometida, fueron los estudiantes, principalmente, de la UNAM y el Politécnico. De una chispa estudiantil que pudo ser intrascendente, como fue la disputa entre jóvenes preparatorianos reprimidos por la policía, prendió un movimiento que a la postre transformaría la vida política del país: El movimiento de 1968 con la célebre Noche de Tlatelolco (cómo tituló la Poniatowska su lacrimoso libro testimonial).

Las principales demandas fueron sociales, entre las principales: 1) Libertad a los estudiantes presos por el movimiento; 2) Disolución del cuerpo de granaderos; 3) Derogación del delito de disolución social; 4)  Libertad a los presos políticos ferrocarrileros de 1959, Demetrio Vallejo y Valentín Campa.

1968 no sólo fue rebeldía de la juventud en México, también en otras partes del mundo: París, Berlín, Praga, Roma… Un cambio generacional estridente se vivía desde el surgimiento del Rock y las nuevas tendencias y modas en principio irreverentes. La rebelión era de tal magnitud que un eslogan de los jóvenes franceses puede ilustrarlo: “Seamos realistas, luchemos por lo imposible”. En México algunos estados vivieron repercusiones importantes del movimiento: Veracruz, Morelos, Sonora, Nuevo León, Michoacán, Puebla y Sinaloa.

Las amplias avenidas de que hablara Salvador Allende se abrieron paulatinamente después de 1968 en México. Reformas políticas con los presidentes que sucedieron a Díaz Ordaz, hasta que un partido de oposición llegó al poder. Pero algo ha fallado. En vez de mejorar la calidad de la democracia y calidad de vida de los mexicanos hemos ido hacia atrás. En un error nacional de llevar a un ignorante ranchero de Guanajuato al poder federal desperdiciamos toda una historia de avances.

Estamos tan mal en la economía y mal en la vida política que las bases estructurales para cualquier rebelión están más dadas que en 1968. No tenemos una democracia de calidad y ni siquiera dinero en los bolsillos para intentar prescindir de ella. Y como el eslabón más débil de la cadena que somos, Oaxaca habrá de afrontar las vicisitudes de la agudización de la pobreza. Pero pobreza material y baja capacitación y educación, no auguran buena salida.

Y en ese marco, de carencia de ciudadanía, de falta casi absoluta de cultura cívica, se avecinan las elecciones locales de 2010 en la entidad. Más que luchas por posiciones ideológicas y proyectos para salvar a Oaxaca, lo que parece aproximarse es una guerra descarnada por el poder.

Pero lo anterior se da con especial énfasis entre los grupos priistas antagónicos. Si antes aparecían efímeros grupos guerrilleros por doquier (por Etla, la Sierra y hasta por el periférico), hoy grupos de mercenarios ensayan en las marchas agrediendo a la prensa y destruyendo a su paso, como sucedió este 2 de octubre. En la marcha del 14 de junio pasado con la muerte no aclarada del Joven Gasga Barenca, inició la agudización de estos métodos violentos (un amplio reportaje al respecto puede leerse en el número reciente de la revista En Marcha).

La pobreza extrema, acentuada ahora en Oaxaca, seguirá siendo el caldo de cultivo de quienes tienen en la presión y la violencia su arsenal político, para esgrimirla hacia quienes tienen como práctica natural la exclusión política de grupos considerados adversos aunque sean del mismo partido. Lo seguro es que no habrá una transición de gobierno de terciopelo si no se trabaja desde ahora por evitar la confrontación. Sin embargo, lo anterior, los arreglos, se avizoran a estas alturas muy difíciles de lograr. De tal manera que si la oposición sufre para hacer su alianza, enfrente, el partido en el poder padece no menores conflictos, hasta ahora soterrados.

www.revistaenmarcha.com.mx y blaslc@yahoo.com.mx