.-Crónicas pandémicas. Desgracia familiar.

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Cuauhtémoc Blas

 

Al ir borroneando estas crónicas, me avisan que murió un compañero de la Asociación, presumiblemente de Covid; un día antes murió su esposa, y también su hijo; una de sus dos hijas se debate en el Hospital del IMSS. Sólo la más pequeña no sufrió la enfermedad. Una fulminante desgracia que nos golpea a todos.

 

Llamo por teléfono a un familiar de ellos. Está abatido, terrible desgracia familiar, exclama a punto del llanto. Su hermana mayor, quien se la jugó atendiendo a las víctimas está cansada, me dice, vive sola, “me he venido con ella a su casa para ayudarla”. Pero los médicos no quieren atender, el que teníamos, agrega, ya no me contesta el teléfono el ingrato, se ha desentendido.

 

Amigos lo han provisto de recetas caseras y está urgido de hojas de eucalipto, me pregunta si puedo conseguirlas. Sí, respondo, frente a la casa hay un parque con tres de esos árboles. Son muy altos, tendré que buscar una escalera larga. Por suerte hay un árbol no tan alto, desde una escalera normal logro cortar varias ramas con mi viejo machete recién afilado.

 

Amarro las ramas, las subo al auto y parto. Viven en el centro, le llamo y me indica que las recibirá por una ventana que da a la calle. Me muevo un poco y la ubico, ya está a la espera sacando un brazo, “por acá, amigo, por acá”. Coge las ramas, da las gracias y me despide aprisa. Noto que no tiene puesta la camisa, parece apurado.

 

Me impresiona su decisión de acudir a ayudar a su hermana, quien pudo haberse contagiado al atender a sus familiares. Lo imagino en esa encrucijada, frente a sus hijos y esposa, pero sin poder desistir al llamado de la sangre fraterna. Y ahí están aún, casi solos, abandonados por su médico, doctorcito muerto de miedo. En vez de medicina debió estudiar para financiero.

 

En la puerta de la casa donde sucedió la tragedia, junto a una reja cerrada con candado estaba parada una niña de 5 años, acaso; al llegar le pregunté donde estaba su tío (seguramente) de quien le di su nombre y apellidos completos. Sin hablar me señaló la casa contigua a su derecha. Cuando me retiraba le dije adiós, de nuevo sólo me miró sin hablar ni desprender sus manos de la reja. Morenita clara, vestido rosa, de cabello largo y ojos enrojecidos.

 

Me enfilo con Juanita rumbo al centro de Oaxaca para recoger un paquete a su nombre. Pasamos por Rayón y por Armenta y López, esperaba estacionarme con facilidad, nada de eso, no hay lugares como en tiempos normales, notoria afluencia vehicular, muchos negocios abiertos; sobre las banquetas hay vendedoras y calculo que la mitad de los transeúntes de siempre.

 

Retorno a casa con el ruido de la negligencia médica en la cabeza. En las clínicas Covid los médicos y personal de enfermería han exigido los materiales necesarios para atender a los enfermos. Varios del personal médico se han contagiado en la titánica labor que su profesión exige, aunque otros prosiguen con su conocida y difundida apatía.

 

LLEGA EL MIEDO AL FRACCIONAMIENTO

 

Antes de esfumarse, la vendedora de Yakult me dio sus motivos, dejaría de vender por temor a la expansión de los contagios en el fraccionamiento. En la calle 1 hay un señor infectado, muy grave, me dice, y sobre esta calle donde estamos, una cuadra abajo, hay otro. Está muy feo, agregó, necesito vender, pero ya tengo miedo.

 

Un par de días después, sobre esa calle hay un velorio. La 1 tiene una pequeña pendiente, yo venía de regreso de mi caminata y mis compras, distinguí al final de la cuadra al mismo viejo que minutos antes me ofreciera pequeños balones de futbol, hechos por él, zurcidos a mano.

 

No lo había visto por el rumbo, yo camino por todas las calles del fraccionamiento y conozco, además de buenos, malos y pésimos gustos arquitectónicos, a tamaleros, neveros, eloteros, atoleras, tortilleras, la que vende chile relleno, taxistas, burócratas, periodistas y periodistos…

 

Últimamente me he puesto a comprarle a esos vendedores, sobre todo a los de la tercera edad. En la entrada hay uno que un día vende limones y otro día chiles de agua; una señora vende plantas, otra vende pan, otra cubrebocas. Como venía con una despensa y le dije al vendedor de balones que no traía dinero, me dio pena y me regresé para tomar otra calle, hay muchas por acá.

 

No me servirían esas pelotas, mi chato ya creció. Ese baloncito, elucubré, es muy pequeño para una cascarita y muy grande para adorno. Si vendiera chiles o pitahayas. Al regresar me acerqué al velorio. Muy seguramente el infectado referido había muerto. El rezador oraba ante unas 20 personas de negro que respondían, casi todos con cubrebocas.

 

El ataúd estaba abierto, se podía ver el cadáver desde afuera; en el piso una fotografía del hombre con un niño. El difunto era relativamente joven, de ser reciente la foto. Pensé que quizá no fue por el Covid pues realizaban pompas fúnebres. Pero recordé que pocos han respetado las restricciones sanitarias.

 

AL FINAL, UNA DE CAL

 

A punto de enviar a la redacción me llega un mensaje: “Gracias por las hojas de eucalipto, ya se están usando, espero resultados. De la sobrina internada en el IMSS, nos avisaron que ya está respondiendo. Una noticia buena entre tantas malas. Cuídense todos, usen siempre cubrebocas cuando estén con cualquier persona, aunque sea conocida, nadie sabe quién es portador”.

 

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