Oaxaca y la virgen

Imprimir

 

El guadalupanismo mexicano ha dejado de causar polémica en los últimos años, sea porque se ha asentado en la población católica de manera definitiva, o porque ha dejado de tener trascendencia para los mismos personajes del clero. Los franciscanos, antiaparicionistas y escépticos respecto de los milagros fueron los primeros y principales críticos desde los primeros años de creación o aparición de la imagen de la “virgen morena”.

Fray Francisco de Bustamante atacó de manera directa en 1556  el culto que ya se le rendía a la imagen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, “le parecía que la devoción que esta ciudad ha tomado en una ermita e casa de Nuestra Señora que han intitulado de Guadalupe, es en gran perjuicio de los naturales porque les da a entender que hace milagros aquella imagen que pintó el indio Marcos… que decirles (a los indios) que una imagen que pintó un indio hace milagros, sería gran confusión y deshacer lo bueno que estaba plantado, porque otras devociones que había como Nuestra Señora de Loreto y otras, tenían grandes principios y que ésta se levantase tan sin fundamento, estaba admirado…”

Sin embargo, lo más preocupante para Fray Francisco de Bustamante, era que los indios que adoraban a la imagen le llevaran ofrendas, limosnas  y hasta comida, lo que para él era cosa de idolatría.

Claro que hubo voces, como la del arzobispo Montúfar, de la orden de los dominicos (los más exitosos y ricos del clero, dueños de limosnas, vidas y haciendas, entonces) defendieron la corriente aparicionista. Motúfar sostuvo que “no se hace reverencia a la tabla ni a la pintura, sino a la imagen de nuestra señora por razón de lo que representa”.

Montúfar no polemiza sobre si la “tabla” o “pintura” era obra divina o humana, sólo habla de lo que la imagen representa. De hecho no hubo una sola voz que se levantara en contra del dicho de Bustamante, que la imagen de la “aparecida” virgen de Guadalupe había sido pintada  por el indio Marcos Cipac de Aquino, y ni este famoso pintor que aún vivía, elogiado por Bernal Díaz del Castillo, dijo algo en contra.

Pero la imagen de la Señora de Guadalupe se impuso en contra de la oposición de la mayoría de las órdenes religiosas de la ciudad de México, pues el pueblo abrazó con enjundia la nueva oferta religiosa, que en principio combinara el catolicismo con el culto a la antigua deidad indígena Tonantzin. De hecho, hay quienes sostienen, que la propuesta profundamente inteligente, de alcances fundacionales, fue ubicar el sitio de adoración a la nueva virgen en el mismo lugar del culto antiguo indígena a la Tonantzin y sustituirla como hicieron con todos los dioses antiguos al construir sobre sus ruinas las nuevas catedrales, iglesias y templos católicos.

Francisco de la Maza (1913-1972), historiador y crítico de arte, de cuyo libro “El guadalupanismo mexicano” tomamos la mayoría de los argumentos anteriores, asienta, por su parte, que las autoridades españolas “no pudieron ver que la virgen de Guadalupe comenzaba a ser ‘nuestra madre’, que sustituía a la otra ‘nuestra madre’, a la Tonantzin prehispánica, adorada allí antes y que tenía para el pueblo, para el indio, mucha más razón de ser que Loreto, Atocha, Covadonga o cualquier imagen europea”.

Hay que decir que la nueva virgen no sólo fue para los indios sino también las familias españolas y criollas acudían a sus plantas. El símbolo de sincretismo que promovió el mexicanismo fue también el del mestizaje y unidad religiosa, nada más.

Ayer fue el día de la Señora de Guadalupe y todo el país vivió de nuevo la tradición, de ahí este afán de anotar algunas líneas al respecto, pero también de comentar en ese marco otras cuestiones nada divinas y más terrenales, la cuestiones políticas, que según otros autores se inscriben en territorios demoníacos.

Un viejo profesor universitario nos decía cuando observaba que la capacidad de los políticos conductores de la nación no era suficiente para afrontar la problemática del país: “Si no se han muerto, que los dioses nos protejan”. Habría que parafrasearlo ahora con la Señora de Guadalupe en Oaxaca, donde nubarrones de violencia empiezan a augurar un futuro próximo nada esperanzador en vísperas de las elecciones locales del año que viene.

Dos hechos de sangre imponen lo anterior: los asesinatos el primer día de este diciembre de un violento dirigente de mercados y de vendedores ambulantes de oscura memoria y terrible trayectoria, Roberto Mendoza; y el de Leonardo García Cruz, militante del Comité de Defensa Ciudadana (CODECI), indígena chinanteco que fue interceptado por la policía estatal cuando viajaba de Tuxtepec a la ciudad de Oaxaca a un acto político.

Pero la escalada de violencia no paró ahí, en la zona triqui la violencia se recrudece, en el llamado municipio “autónomo” de San Juan Copala (que no es municipio sino agencia municipal de Juxtlahuaca), con el asesinato a Paulo Bautista Ramírez, militante del UBISORT, a quien según testigos un militante del Movimiento de Unificación de Lucha Triqui Independiente (MULTI) acribilló con su AK47 (“cuerno de chivo”). Pleito viejo es éste, que ahora inscrito en el proceso electoral de Oaxaca toma otras dimensiones.

La vieja dinámica de lograr aun acuerdos mínimos entre los grupos políticos oaxaqueños de toda índole, desde los de presión regionales, hasta los político-económicos, algunos representados por ex gobernadores, se rompió desde José Murat, quien cual chivo en cristalería arremetió contra casi todos. Principalmente, hizo Murat religión de su odio a Diódoro Carrasco y golpeó a todo aquél que oliera a Diódoro, propició así y fortaleció a Gabino Cué, creó al más importante adversario político que en su sucesión estuvo cerca de derrotar a su delfín Ulises Ruiz.

Con su índole violenta e irreflexiva Murat se encargó de gastar “pólvora en infiernitos”. Sin embargo, sus sucesores en vez de parar esta suicida política la retomaron con entusiasmo, hasta romper el hilo por lo delgado y después de agredir salvajemente al periódico más importante de Oaxaca, el diario Noticias, se lanzaron a la aventura de reprimir a 10 mil maestros con 700 policías sin capacitación antimotines. Fue patético observar como policías y comandantes fueron derrotados y arrastrados por las calles de la ciudad.

Hoy que hace falta, como piden algunos políticos también priistas, urgente reconciliación para corregir el rumbo de confrontación y violencia, no se ven señales para ello. La inminente designación del candidato priista a gobernador de Oaxaca, todo parece indicar, será continuación de esa fallida política del sexenio de Ulises. Cuando hace falta propuestas que garanticen viabilidad, gobernabilidad y no barruntos de lo que fue el 2006 ¿Pero por qué habría de esperarse ahora una decisión diferente a las anteriores?

www.revistaenmarcha.com.mx y blaslc@yahoo.com.mx