Puerto Escondido mágico y paradisiaco

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El cementerio marino

Paul Valéry

(Versión de Jorge Guillén)

 

puerto_1I

Este techo, tranquilo de palomas,

Palpita entre los pinos y las tumbas.

El Mediodía justo en él enciende

El mar, el mar, sin cesar empezando…

Recompensa después de un pensamiento:

Mirar por fin la calma de los dioses.

 

II

¡Qué labor de relámpagos consume

Tantos diamantes de invisible espuma,

Y que paz, ah, parece concebirse!

Cuando sobre el abismo un sol reposa,

Trabajos puros de una eterna causa,

Refulge el tiempo y soñar es saber.

puerto_2

III

Tesoro estable y a Minerva templo,

Masa de calma y visible reserva,

Agua parpadeante, Ojo que guardas

Bajo un velo de llama tanto sueño,

¡Oh, mi silencio! En el alma edificio,

Mas cima de oro con mil tejas, Techo.

 

puerto_3IV

¡Templo del Tiempo, que un suspiro cifra!

A esta pureza subo y me acostumbro,

De mi marina mirada ceñido.

Como mi ofrenda suprema a los dioses,

El centelleo tan sereno siembra

En la altitud soberano desdén.

 

V

Como una fruición la fruta se deshace

Y su ausencia en delicia se convierte

Mientras muere su forma en una boca,

Aspiro aquí mi futura humareda,

Y el cielo canta al alma consumida

El cambio de la orilla en sus rumores.

 

puerto_4VI

Mírame a mí, que cambio, bello cielo.

Después de tanto orgullo y tan extraña

Ociocidad, mas llena de potencia,

A este brillante espacio me abandono:

Sobre casas de muertos va mi sombra,

Que me somete a blando vaivén.

 

VII

A teas de solsticio el alma expuesta,

Yo te sostengo, admirable justicia

De la luz: luz en armas sin piedad.

A tu lugar, y pura, te devuelvo,

Mírate. Pero… Devolver las luces

Una adusta mitad supone en sombra.

 

puerto_5VIII

Para mí solo, en mí solo, en mí mismo

Y junto a un corazón, del verso fuente,

Entre el vacio y el suceso puro,

De mi grandeza interna espero el eco:

Es la amarga cisterna que en el alma

Hace sonar, futuro siempre, un hueco.

 

IX

¿Sabes, falso cautivo de la frodas,

Golfo glotón de flojos enrejados,

Sobre mis ojos, fúljidos secretos

Qué cuerpo al fin me arrastra a su pereza,

Qué frente aquí le inclina a tierra ósea?

Una centella piensa en mis ausentes.

 

X

Cerrado, Sacro –fuego sin materia-

Trozo terrestre a la luz ofrecido,

Me place este lugar: ah, bajo antorchas,

Oros y piedras, árboles umbríos,

Trémulo mármol bajo tantas sombras.

El mar fiel duerme aquí, sobre mis tumbas.

 

XI

¡Al idólatra aparta, perra espléndida!

Cuando, sonrisa de pastor, yo solo

Apaciento, carneros misteriosos,

Blanco rebaño de tranquilas tumbas,

Aléjame las prudentes palomas,

Los sueños vanos, los curiosos ángeles.

 

XII

El porvenir, aquí, sólo espereza.

Nítido insecto rasca sequedades.

Quemado asciende por los aires todo:

¿En qué severa esencia recibido?

Ebria de esencia al fin, la vida es vasta,

Y la amargura es dulce, y claro el ánimo.

 

XIII

¡Muertos ocultos! Están bien: la tierra

Los recalienta y seca su misterio.

Sin movimiento, arriba, el Mediodía

En sí piensa y conviene consigo…

Testa completa y perfecta diadema,

Yo soy en ti la secreta mudanza.

 

XIV

Yo, sólo yo, contengo tus temores.

Mi contrición, mis dudas, mis aprietos

Son el defecto de tu gran diamante.

Pero en su noche, grávida de mármol,

Un vago pueblo, entre raíces de árboles,

Por ti se ha decidido lentamente.

 

XV

Ya se han disuelto en una espesa ausencia,

Roja arcilla ha bebido blanca especie,

El don de vida ha pasado a las flores.

¿Dónde estarán las frases familiares,

El arte personal, las almas únicas?

En las fuentes del llanto larvas hilan.

 

XVI

Gritos, entre cosquillas, de muchachas,

Ojos y dientes, párpados mojados,

Seno amable que juega con el fuego,

Sangre que brilla en labios que se rinden,

Ultimos dones, dedos defensores:

Bajo tierra va todo y entra en juego.

 

XVII

¿Y aún esperas un sueño tú, gran alma,

Que ya no tenga color de embuste

Que a nuestros ojos muestran ondas y oro?

¿Cantarás cuando seas vaporosa?

Todo huye, bah. Porosa es mi presencia,

Y también la impaciencia santa muere.

 

XVIII

Flaca inmortalidad dorada y negra,

Consoladora de laurel horrible,

Que en seno maternal cambias la muerte:

Bello el embuste y el ardid piadoso.

¡Quién no sabe y no huye de ese cráneo

Vacío, de esa risa sempiterna!

 

XIX

Hondos padres, deshabitadas testas,
Que sois la tierra y confundís los pasos
Bajo el peso de tantas paletadas:
No es para los durmientes bajo losas
El roedor gusano irrefutable,
Que no me deja a mí. De vida vive.
XX
¿Acaso Amor, o el odio de mí mismo?
Tan cerca siento su secreto diente
Que no puede convenirle todo nombre.
No importa. Siempre sueña, quiere, toca,
Ve: le gusta micarne. ¡Yo, soy vivo,
Ay, de pertenecer a este viviente!
XXI
¡Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!
Me has traspasado con la flecha alada
Que vibra y vuela, pero nunca vuela.
Me crea el son pero la flecha me mata.
¡Oh sol, oh sol! ¡Qué sombra de tortuga
Para el alma: si en marcha Aquiles, quieto!
XXII
No, no, de pie. La era, sucesiva.
Rompa el cuerpo esta forma pensativa.
Beba mi seno este nacer del viento.
Una frescura, del mar exhalada,
Me trae mi alma. ¡Salada potencia!
¡A revivir en la onda, corramos!
XXIII
Si, mar, gran mar de delirios dotado,
Piel de pantera y clámide calada
Por tantos, tantos ídolos del sol,
Ebria de carne azul, hidra absoluta,
Que te muerdes la cola refulgente
En un tumulto análogo al silencio.
XXIV
El viento vuelve, intentemos vivir
Abre y cierra mi libro al aire inmenso,
Con las rocas se atreve la ola en polvo.
Volad, volad, páginas deslumbradas.
Olas, romped gozosas el tranquilo
Techo donde los foques picotean