Peligrosa descomposición social en el país

Linchan a encuestadores en Puebla

Gerardo Nieto
Resumen Ejecutivo/ AP 765

 

Los delitos proliferan en circunstancias en las que se percibe debilidad estructural de las instituciones. Si el dato duro habla de que sólo uno por ciento de los delincuentes enfrentan una pena condenatoria, entonces la lectura es simple: casi la totalidad de los que infringen la ley no tienen ninguna consecuencia. En México, hace rato hay permiso para delinquir. Somos una sociedad fracturada por la desconfianza y la violencia.

 

En la sierra del Puebla, el lunes 19 de octubre, una turba enardecida captura a dos hermanos que realizaban una encuesta “…los golpearon –a uno le enterraron una varilla en la boca—y los quemaron vivos…La policía municipal, rebasada uno a 100, no pudo hacer nada salvo salvar su propia vida. El regocijo demente de algunos de los asesinos los hizo tomarse fotografías con los cuerpos de sus víctimas (...…) (Vencieron) sus temores con la sed animal de sangre, a la que lleva la enajenación colectiva y resuelve sus angustias inmediatas”1

 

¿Qué lleva a este linchamiento? “La debilidad de las instituciones (que) alimenta la tendencia criminal de sociedades en conflicto que buscan con sus actos salvaguardar su propia existencia”2. El linchamiento transcurre en no más de 30 minutos. Ajalpan muestra la fragilidad de los equilibrios que tiene el país y que en cualquier momento pueden romperse.

 

No es una cuestión de usos y costumbres, ni siquiera de estricta incompetencia policiaca o política. Se trata de la consecuencia directa de la destrucción del tejido social; se acompaña de un sentimiento de desconfianza hacia las autoridades. Entre los mexicanos, hoy, la narrativa cotidiana es la de la violencia.
Sociedad violenta

 

Somos una sociedad fracturada que a la menor provocación responde violentamente. Hace unos días, los medios difundieron el caso de una agente de investigación de la PGJDF que sin estar en servicio dispara a un conductor.

 

“El pleito comenzó cerca del cruce con Barranca del Muerto (en la zona sur del DF), pero siguieron riñendo a lo largo de una cuadra hasta llegar a la esquina de Hermes…Ahí, Angélica López descendió de su auto para pelear con el conductor…sacó un arma de fuego y le dio un tiro en el rostro”3

 

El miércoles 21 de octubre, los comensales del restaurante Belmondo en la céntrica colonia Roma de la Ciudad de México son asaltados por hombres armados. La nota del diario El País, destaca “Un asalto masivo a 25 comensales agrava la ola de violencia en el DF”. El dueño del establecimiento comenta: “Estamos más inseguros. Veremos la posibilidad de contratar seguridad privada y armada”.

 

Ajalpan, crimen y vandalismo

 

En este contexto, no extraña que la difusión de rumores prenda a la población a grado extremo. Lo de Ajalpan es el referente más próximo de cómo una comunidad puede traspasar los límites y convertirse en factor crítico de inestabilidad: “Al crimen (de los dos jóvenes encuestadores) siguieron cinco horas y media de vandalismo, donde destruyeron instalaciones públicas, saquearon sus oficinas y robaron sus dineros. Lo hicieron hasta que se cansaron”4

 

El vector de la movilización popular fue un señalamiento, formulado a través de redes sociales, de que los dos jóvenes habrían tratado de secuestrar a una niña para venderla. Aunque la menor no los identifica y tampoco se comprueba el modus operandi del secuestro, los jóvenes son llevados al Zócalo de Ajalpan para su suplicio público. Un hecho que nos regresa a los condenados por parricidio en la larga edad media europea.

 

Estamos frente a un problema de fondo: la destrucción de la confianza. “¿Qué componentes tuvieron que suceder en Ajalpan para que un rumor provocara que centenares de personas participaran colectivamente en un asesinato? ¿Qué presión social se detonó ahí como antes en Canoa…o enTláhuac en la ciudad de México, o en tantas otras poblaciones donde la gente ¿toma la justicia por su propia mano?”5.

 

México no es sólo laboratorio de experimentos extremos de los grupos que se toman en serio su papel de guardianes del statu quo, sino también es un país desecho en lo más hondo de su tejido social. La confianza tarda mucho en reconstituirse. Lo más grave es que ni siquiera se toca fondo. Las cosas pueden ser peor; escala la violencia y queda latente la irritación social.

 

De qué otra manera explicar, por ejemplo, que un ciclista en pleno Eje Central en la Ciudad de México le dispare a quemarropa a un automovilista o el nuevo intento de linchamiento contra dos mujeres que se presentan en su carácter de ministerios públicos para ejecutar una orden de cateo en el municipio de Tlacaloya, Estado de México. La población las retuvo por espacio de ocho horas.

 

Canoa, 1968

 

Los hechos de Ajalpan recuerdan el linchamiento a cuatro estudiantes de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en San Miguel Canoa, Puebla, en 1968. Una lluvia torrencial obliga a esos estudiantes a pedir refugio. Les abre las puertas de su casa un vecino, sin saber que el cura del lugar sonaba ya las campanas para reunir a la población y azuzarla en contra de los jóvenes intrusos acusados por el párroco de comunistas.

 

Era la época del estigma ideológico: la guerra fría, la revolución cubana y la Unión Soviética. La turba no tarda en asaltar el albergue, primero degüellan al dueño de la casa y luego a los cuatro jóvenes los arrastran por las calles de la localidad. Hoy, en Ajalpan, proporciones guardadas de tiempo, lugar y circunstancia, se repite el mismo patrón y el mismo vector de movilización.

 

El problema de fondo: la desconfianza y un profundo deterioro del tejido social. México es pradera seca. Este linchamiento junto al asalto a 25 comensales en el restaurante Belmondo en la céntrica colonia Roma de la Ciudad de México; los ajustes entre bandas del crimen que operan desde uno de los reclusorios del DF con sendos mensajes al Jefe de Gobierno; o el enfrentamiento, desde los sótanos del poder, entre camarillas políticas —Veracruz o Colima son sólo la punta del iceberg—, confirma que entramos a un ciclo de violencia cruzada: la del crimen organizado contra el Estado; la del Estado contra las mafias de la droga; la de los cárteles por el control y la conquista de territorios; la del ajuste de cuentas entre facciones políticas, etcétera.

 

En medio de este caos, ve la luz una historia inverosímil sobre la fuga y el operativo de recaptura de Joaquín Guzmán Loera, el emblemático Chapo.

 

Incompetencia institucional

 

En este contexto, no sorprende que una población harta del sistema de partidos y de la incompetencia institucional, sea presa fácil de graves rumores. A la menor provocación, esa población responde violentamente. El entorno es de desconfianza extrema. Las relaciones cotidianas están marcadas por el temor, la zozobra y la duda. En este ambiente, cualquier rumor impacta y genera reacciones colectivas sensibles.

 

La enseñanza primera que deja el linchamiento de Ajalpan, es que frente al contagio comunitario la autoridad nada puede hacer; la segunda, que el ambiente de violencia que permea toda la estructura de la sociedad, destroza la cohesión y degrada el tejido sin el cual la convivencia pacífica es imposible.

 

En la forma y en el fondo, Ajalpan es una llamada de atención. En la forma, porque gracias a sus omisiones, incompetencia, excesos y abusos, en muchas partes del país la autoridad ya no es referente de orden ni de respeto para nadie; en el fondo, porque se trata de una reacción de venganza social y de repudio a un Estado fallido. La corrupción y la impunidad de la clase política llevan a comunidades enteras al lindero de las acciones directas.

 

En Ajalpan, el hartazgo asume un ropaje que trastoca los parámetros de la racionalidad. Ahí como en otros lugares del país, priva desde hace tiempo un pernicioso Estado de naturaleza, con dominio del más fuerte. Dados los juegos del poder y el ajuste de cuentas entre mafias y camarillas, el contagio frente a un hecho fortuito o provocado es un riesgo mayor para el establecimiento político.

 

Ejecutados de Iztapalapa

 

Los dos ejecutados de Iztapalapa parecen mensajes al Jefe de Gobierno. En el cuerpo de uno de ellos se denuncia un presunto circuito de corrupción en el Reclusorio Oriente de la capital del país. Aunque oficialmente la autoridad capitalina no tiene registro de operaciones de cárteles en el DF, el solo señalamiento del denominado Gente Nueva, es la confirmación de que algo pasa en la Ciudad de México.

 

El DF entra al mismo fenómeno de inescrutable descomposición que registran otras entidades del país. En el fondo del linchamiento en Ajalpan está, por una parte, un ambiente enrarecido extremadamente sensible a cualquier rumor que se propague entre la población; y, en segundo término, la intención manifiesta de grupos específicos que, con el afán de confrontar a la autoridad inducen, mediante redes sociales u otros mecanismos de comunicación, estos comportamientos.

 

Los nuevos vehículos de transmisión de mensajes son también poderosos instrumentos de acción política directa. En Ajalpan, “un grupo de personas identificado por las autoridades como críticos sistémicos…comenzaron a manejar en las redes sociales que había personas que estaban secuestrando a menores de edad para ponerlos en venta”6.

 

Impunidad, aliento del crimen

 

En el DF, rumores sobre robo de infantes se hicieron presente durante el pasado proceso electoral. El país entero es un bosque seco que puede incendiarse fácilmente con toda clase de mensajes inducidos.

 

A los hermanos José Abraham y Rey David Copado Molina los incineraron en el Zócalo de Ajalpan. Una turba enardecida se los arrebata a la policía del lugar que ya los tenía bajo arresto por la presunción de ser secuestradores. No hay elementos para demostrar esa acusación, pero aún si los hubiera, ejecutarlos en suplicio público no es el camino de la justicia. ¿Por qué ocurrió así? Hay muchos factores que explican lo sucedido, pero el elemento más grave es la atmósfera de impunidad que prevalece.

 

Los delitos proliferan en circunstancias en las que se percibe debilidad estructural de las instituciones. Si el dato duro habla de que sólo uno por ciento de los delincuentes enfrentan una pena condenatoria, entonces la lectura es simple: casi la totalidad de los que infringen la ley no tienen ninguna consecuencia. En México, hace rato hay permiso para delinquir. Somos una sociedad fracturada por la desconfianza y la violencia.

 

1 Riva Palacio, Raymundo, Estrictamente personal en El Financiero. México, octubre 22, 2015. p.-48.
2 Ibidem, p.-48.
3 Mujer policía dispara en el rostro a un automovilista en Insurgentes Sur en http://aristeguinoticias.com/1210/mexico consultado el sábado 24 de octubre de 2015 a las 08:10.
4 Riva Palacio, Raymundo, Estrictamente personal Op. Cit. Supra p.-48.
5 Ibidem, p.-48.
6 Ibidem, p.-48.