La crisis del modelo reformista de Peña y la erosión de los consensos

Gerardo Nieto

 

Resumen Ejecutivo AP 809

 

El Estado mercantilista no es el camino; el Consenso de Washington está agotado. Por esto, el modelo reformista del Presidente tampoco tiene horizonte. Fracasó la idea de la desregulación y la privatización como opciones al desarrollo; es fundamental no repetir los modelos económicos y organizacionales de un siglo que ya pasó.

 

El problema es que el modelo reformista del Presidente sigue, en la lógica del poder, como la única puerta de acceso al futuro. Grave empecinamiento cuando la evidencia global y nacional apunta, justamente, a lo contrario.

 

El modelo reformista fracasó. Hasta el Jefe de Gobierno de la capital del país, un aliado político del Presidente, habla de la necesidad de reformar las reformas. Plantear como tesis que la energética y la educativa no funcionaron, es afectar la línea de flotación de este gobierno. El establecimiento político federal apostó a la apertura del sector energético. Impuso una reforma a la medida de los intereses del gran capital internacional. Se trastocó el equilibrio de Petróleos Mexicanos. Mientras las grandes trasnacionales de la energía se preparan para extraer crudo de las reservas probadas de México, Pemex no tiene certeza en su futuro.

 

La reforma educativa, con el mayor aval social de todo el modelo, está en un callejón sin salida: los empresarios vetan su ajuste, mientras el magisterio disidente demanda lo imposible: su derogación. En medio del caos, se encuentra una administración rebasada y un Presidente que hace todo para entregar el poder, en el 2018, a la facción calderonista del PAN.

 

Miguel Ángel Mancera no puede ser aliado del Presidente y al mismo tiempo asumirse como su crítico. Durante la sesión plenaria del grupo parlamentario del PRD en la Cámara de Diputados, el viernes pasado, fue duro contra el modelo reformista impuesto por Enrique Peña Nieto. “Aquí podemos tener una agenda estratégica que vea las reformas de las reformas”, dijo.

 

Ninguna Reforma funciona

 

Hoy no está funcionando la reforma energética, no está funcionando la reforma de educación y tenemos que cuidar mucho la de seguridad (...) con el nuevo Sistema Acusatorio, podría generarse una esfera de impunidad”1. Criticar las reformas es ahondar en la crisis que envuelve al primer mandatario y que no ha tocado fondo.

 

El modelo reformista del Presidente descansa en el paradigma de la privatización que deriva del arreglo económico surgido en los años ochenta del siglo pasado conocido genéricamente como Consenso de Washington. El problema de ese diseño reformista es que su hechura está de salida en todo el mundo. La evidencia es que la desregulación de los mercados y la privatización de agencias y entidades públicas fracasó como opción de desarrollo.

 

Así lo afirma Joseph Stiglitz, premio nobel de economía y ex jefe de asesores económicos de Bill Clinton: “…existe una creciente opinión en los círculos económicos y políticos de que el neoliberalismo no sea la vía correcta para el mundo en el futuro, cuando en los recientes años se profundizaron la desigualdad y el bajo crecimiento”2.

 

Modelo económico, rebasado

 

El modelo que inspiró las reformas del presidente mexicano y que el PAN aspira a continuar en el 2018, no es virtuoso para impulsar el crecimiento de la economía, lo es para concentrar el ingreso en pocas manos. El modelo no da lugar a una necesaria igualdad de reparto. La conclusión base de Joseph Stiglitz es que la actual escuela de pensamiento económico, que ha predominado durante los últimos 30 años está en etapa terminal en todo el mundo; sin embargo, el establecimiento federal es incapaz de comprender las limitaciones intrínsecas al modelo; de reequilibrar la descompuesta realidad sin pretender mantener a flote un patrón de acumulación económica que no es virtuoso para el grueso de la población, lo que acelera la ruptura nacional.

 

El modelo generó una resistencia social no prevista en su diseño. Los mecanismos de violencia son ahora la respuesta a la resistencia social de las reformas. La crisis del modelo tiene un ingrediente político: la confrontación social. El conflicto le es inherente, porque el modelo funciona con el 20 por ciento de las personas, el resto es prescindible. En México, las contradicciones del modelo junto con la incompetencia de la clase política, elevan exponencialmente la crisis estructural de todo el sistema.

 

¿Qué viene luego de que el modelo reformista del Presidente no se consolidó? En los hechos, el gobierno ya acepta que se reformen las reformas, pero en el discurso no se aparta de la intimidación política. El problema real es que el Presidente y el PRI no son capaces de generar los nuevos consensos para una transmisión pacífica e institucional del poder en el 2018. A pesar del fracaso, apuestan a la continuidad del modelo.

 

¿Cesión de Peña al PAN?

 

Asoma el pacto de cesión de poder a la facción de la derecha panista comprometida con mantener el legado de Peña Nieto. Pero esto resulta antitético porque está en el otro lado de la base del consenso: la idea de que un Estado Social o de Bienestar es posible.

 

Ya no hay consensos que se articulen ni alrededor del modelo reformista del Presidente ni en apoyo a la actual administración federal. Pensar el futuro desde el PRI, en las condiciones del presente, es un ejercicio de resignación: ceder el poder en el 2018. Construir nuevas hegemonías sociales no depende de la nueva comunicación social del Presidente y del gobierno, sino de la conexión del poder con generaciones que no conectan con la clase política.

 

Con Enrique Peña Nieto no hubo transformación del interregno mexicano, sino continuidad de la condición de debilidad estructural de los presidentes de este aciago periodo; una etapa del No-Poder. Hay una crisis inocultable de régimen que afecta al conjunto de la sociedad. La institucionalidad está rota. A esto se agrega una ruptura generacional. No hay identidad de las nuevas generaciones con el sistema de partidos. La lógica de las relaciones sociales preestablecidas ya no existe.

 

Violenta resistencia al modelo económico

 

¿Qué sucede cuando el modelo reformista no se consolida? No hay igualdad de reparto. El modelo generó una resistencia social no prevista en su diseño. Los mecanismos de violencia son la respuesta a la resistencia a ese modelo. El siglo XX mexicano fue el fracaso del futuro idílico del Estado de bienestar. Pero había certeza de cuál era el camino a recorrer. En el siglo XXI, nada está claro. Los grandes fracasos del modelo nos colocan en una zona de incertidumbre. La destrucción de las identidades colectivas que deriva del deterioro del tejido social no toca fondo. La fractura de identidades desafía al sentir nacional. Sobrevivir hoy en la lógica del mercado no es una puerta de acceso al futuro, sino un puente al pasado.

 

La idea del mercado, tal y como lo plantea la tesis del Consenso de Washington, no es más que un instrumento de degradación de la condición humana. Hay generaciones de continuidad; y hay generaciones de combate, ésta última siente la necesidad de reconstruir el futuro. Vivimos una generación de combate. Pero la clase política mexicana es una generación de continuidad. Ahí está el origen del conflicto irresoluble. No hay manera, sobre esta base, de reconstruir el consenso alrededor del grupo compacto del poder o del sistema de partidos.

 

¿2018, alternancia de derecha?

 

Una alternancia de derecha en el 2018, vendrá a exacerbar las contradicciones y a profundizar la fractura nacional. La crisis de régimen es una crisis de los consensos para gobernar. Es una impugnación al modelo reformista del Presidente. Las generaciones de la transición han sido excluidas de la idea de sociedad futura institucionalizada. La inviabilidad del modelo radica precisamente en su naturaleza excluyente: las generaciones nuevas y futuras no están presenten en el diseño de futuro de un modelo que funciona solo para una minoría.

 

Falta perspectiva de futuro. Todo está orientado para el vaciamiento de las generaciones. ¿Qué puede informar el Presidente? Su discurso central —el de las buenas cosas qué contar—, raya en la ignominia. El gran pendiente de la democracia mexicana: su proceso de transición ya no forma parte de la narrativa oficial. Se da por hecha la transición cuando en los años del interregno lo que vivimos son alternancias sucesivas: el de la frivolidad de Fox; el de la gobernabilidad supeditada al factor militar de Calderón; y, el de la incompetencia y corrupción de Peña Nieto.

 

México tiene una asignatura pendiente: finiquitar su proceso transicional y construir de verdad su democracia. El problema es que la democracia es incompatible con el capitalismo financiero, altamente especulativo. Somos ya una sociedad que vive una realidad culturalmente violenta, pero el discurso oficial nos quiere convencer de que ahora los fundamentales de la sociedad son mejores; con políticas de mercado, nos dicen los voceros y comentócratas en los grandes medios, nuestro país accederá al desarrollo. Pero llevamos más de 30 años inmersos en la crisis del modelo de la desregulación y las privatizaciones; las generaciones de ahora, que bajo el discurso político están llamadas a vivir bien, son las que mayores carencias tienen. El discurso es un gran engaño.

 

Neoliberalismo, no es el camino

 

No hay generación de consensos sino destrucción de identidades. ¿Cómo reconstruir una idea cultural de futuro? ¿Cómo hacerlo frente a las consecuencias de una cotidianidad sin futuro? ¿Cómo lograrlo cuando a diario se rompen las relaciones a tal punto de que generaciones completas de jóvenes están excluidos del mundo de la educación y el trabajo?

 

Enfrentar la reconstrucción del futuro demanda otro modelo. Uno en el que sea posible la relación entre institución y movimiento. Un modelo con nuevas institucionalidades donde se discuta a diario el futuro de los jóvenes.

 

El Estado mercantilista no es el camino; el Consenso de Washington está agotado. Por esto, el modelo reformista del Presidente tampoco tiene horizonte. Fracasó la idea de la desregulación y la privatización como opciones al desarrollo. Son necesarias nuevas herramientas de interrelación que rompan las lógicas de tiempo y espacio; es fundamental no repetir los modelos económicos y organizacionales de un siglo que ya pasó. El problema es que el modelo reformista del Presidente sigue, en la lógica del poder, como la única puerta de acceso al futuro. Grave empecinamiento cuando la evidencia global y nacional apunta, justamente, a lo contrario.