Presidencia 2018: sucesión económica

Gerardo Nieto / Resumen Ejecutivo AP 859

 

El operador por excelencia pro-Frente Amplio es el expresidente Carlos Salinas. Busca exacerbar el sentimiento de rechazo hacia la izquierda social entre los magnates mexicanos. Mientras Peña Nieto se queda con el control del PRI, Salinas y sus aliados controlan ya el proyecto del Frente Amplio. Según el diseño político, de ahí debe surgir otro candidato del sistema. Salinas apuesta a la derrota definitiva en 2018 de su principal adversario político. No perderá su reforma económica en una elección democrática.

 

La del 2018 no será una sucesión política, sino económica. Lo que estará en juego serán los grandes negocios que el neoliberalismo ha prohijado por espacio de 35 años. ¿Cuánto vale para los magnates mantener ese proyecto? ¿Hasta dónde los adinerados de este país están dispuestos a llegar en la defensa del status quo? Racionalmente, los que hoy detentan el poder político y desde ahí protegen la pirámide de beneficios económicos del modelo, no pueden perder la elección presidencial.

 

Permitir una alternancia fundacional en el país sería tanto como suicidarse. Y eso no lo harán. La reedición nacional de la elección del Estado de México está en marcha. La imposición de un nuevo Presidente, ahora en la persona de José Antonio Meade Kuribreña, está más allá del proceso democrático. La sucesión presidencial está marcada por una confrontación de proyectos y de grupos: neoliberalismo vs populismo. Tecnócratas vs nacionalistas.

 

El modelo económico determinará qué tan lejos llegue el régimen en esta guerra política contra su principal adversario: la izquierda social. Mantener la continuidad milimétrica de las reformas pasa, indefectiblemente, por la unidad de las derechas y la hegemonía de su bloque histórico.

 

 Candidatos del neoliberalismo

 

Para defender la continuidad del modelo económico, los candidatos están a la vista: por un lado, José Antonio Meade, actual secretario de Hacienda de Enrique Peña Nieto y, por el otro, el aspirante del Frente Amplio –que aún no se define-. El establecimiento político jugará con dos aspirantes. Ambos, con una amplia base de consenso entre las derechas mexicanas. Del otro lado, el abanderado de la izquierda social, a quien ya le explotan los escándalos de la narcopolítica y el símil con el impresentable Nicolás Maduro de Venezuela.

 

En un escenario de mínima diferencia, uno de los dos aspirantes del sistema declinaría a favor del otro, en la parte alta del proceso electoral. Eso daría sustento a la tesis del rebase al candidato de la izquierda social en una acción convergente de régimen para garantizar la continuidad del grupo político y del modelo económico.

 

En su fondo, la actual sucesión presidencial será esencialmente económica y, en su forma, la política no tendrá límites. En otras palabras, será una elección por la defensa del modelo y de sus reformas, particularmente la energética que abrió al gran capital todo el proceso de valor del petróleo y la energía. Rubro en el que ahora también están los intereses de grupos políticos específicos de México con conexiones internacionales en ese atractivo nicho de mercado.

 

 Peña, tras pactos de poder

 

¿Qué más está en juego en la elección presidencial del próximo año? La expresidencia de Peña Nieto. Uno de los suyos en Los Pinos, le brindará un escudo de protección para un periodo excepcionalmente complejo por casos abiertos como los de Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato, etcétera. La tranquilidad de las ex presidencias de Fox y Calderón, fueron resultado de pactos de poder, 2018 no será distinto.  

 

Con el líder de la izquierda social no hay manera de pactar inmunidad o impunidad para nadie. Esto explica la acción convergente de las derechas mexicanas para evitar una alternancia fundacional el próximo año.

 

El diseño de la sucesión presidencial en marcha es el de un proceso tutelado en todo momento por el poder. Todo responde a una administración de la crisis: sus tiempos, ritmos y líneas de ruptura. Nada escapa a la estrategia. Y no es que Peña y su grupo sean la quintaesencia de la materia gris en política, sino que la realidad es tan imperfecta, que, en el caos y la estridencia, el establecimiento político tiene la mesa puesta para lograr el propósito superior de la transexenalidad. La Asamblea Nacional priista mostró el músculo de ese partido que no está, por supuesto, alimentado por la ciudadanía, sino por las redes del poder y la economía.

 

 La evidencia es inocultable. Meade genera el consenso de las derechas para cerrar filas alrededor del mejor escudo de protección al modelo económico. Un patrón de acumulación que no funciona sin el mantenimiento del actual régimen político: autoritario y esencialmente corrupto.  

 

El negociador en jefe de Meade es nada menos que Enrique Peña Nieto. El presidente de la República opera su candidatura. Formaliza las alianzas que necesita para blindar a su actual secretario de Hacienda entre los magnates mexicanos y los grupos políticos del sistema. La derecha panista está frente a una complicada disyuntiva: Meade es uno de los suyos.

 

 Calderón en su encrucijada

 

No se descarta que la facción calderonista del PAN decline a Margarita Zavala a favor de Meade siempre y cuando le garanticen una amplia cuota de representación en el Congreso de la Unión y varias secretarías de Estado. El conclave calderonista será el más afectado por la potencial candidatura presidencial de José Antonio Meade.

 

En ese contexto, Calderón estaría más interesado en negociar la candidatura presidencial de las derechas mexicanas para uno de los suyos en 2024. Esto daría funcionalidad a un viejo anhelo del bloque histórico conformado por el PRI y el PAN para que las sucesiones presidenciales se resuelvan entre dos partidos de derecha, teniendo como referencia el sistema bipartidista norteamericano.

 

Falso dilema con Nuño, va Meade

 

Por otra parte, suponer que Enrique Peña Nieto está en un dilema de elección entre José Antonio Meade y Aurelio Nuño es una falacia. Nuño está en sus afectos, tanto que lo hizo secretario de Educación en una compleja coyuntura. Es cierto, también, que Nuño ha ido de menos a más y que ahora crece en proporción directa a los aciertos de la implementación de la reforma educativa; sin embargo, Nuño está muy lejos de generar consenso entre las élites del sistema. Para ganar en 2018, además de juventud y de ser secretario de Estado, se requiere ese amplio consenso entre las élites para la defensa del modelo económico. Nuño no es vetado por el régimen, pero está muy lejos de ser el factor de defensa del modelo y sus reformas.  

 

Para el sistema, la elección de 2018 no admite ambivalencias. Es Meade y lo será para defender el patrón de acumulación económica que introdujo Salinas y Peña lo llevó a sus límites posibles, en un país que tenía como santuario la soberanía petrolera. ¿Qué liga a Nuño con esta reforma? Nuño es hechura de Peña Nieto, pero Meade es el producto más acabado del régimen tecnocrático que ha hecho de la economía el nuevo factótum del poder político.

 

Entonces, no hay dilema real entre inclinarse por un no priista como Meade o un joven militante como Nuño. Sirven para distintas cosas. Si la forma es fondo, todos los factores apuntan al actual secretario de Hacienda. Esa decisión puede anunciarse a finales de año o principios de 2018, pero cada vez habrá más elementos para evidenciarla. Tampoco hay juego para que al final otro sea el beneficiario. Miguel Ángel Osorio Chong está distante del Presidente y forma parte de un grupo que se desgastó en el ejercicio del gobierno.

 

Luis Videgaray ha sido todo en este sexenio, donde ejerce un poder desmedido y una influencia política vital sobre el presidente de la República. Pero no hay consenso alrededor de su persona. Además, varios escándalos de corrupción lo han manchado. Es un político avejentado, con una agenda bilateral comprometida. La candidatura de José Narro es una broma junto a la de Enrique de la Madrid Cordero.  

 

Salinas con el Frente Amplio

 

El operador por excelencia pro-Frente Amplio es el expresidente Carlos Salinas. Busca exacerbar el sentimiento de rechazo hacia la izquierda social entre los magnates mexicanos. Ya se reunió con los hombres del dinero de Nuevo León. Hace lo mismo en otras entidades federativas. Mientras Peña Nieto se queda con el control del PRI, Salinas y sus aliados controlan ya el proyecto del Frente Amplio.

 

¿Cómo aterrizará el experimento del Frente Amplio que ya está en las manos de Carlos Salinas? Según el diseño político, de ahí debe surgir otro candidato del sistema. Su rendimiento electoral definirá sus propios alcances en el proceso de sucesión presidencial.

 

Finalmente, vale la pena insistir en que la del 2018 será una elección en torno a la economía y al modelo de desarrollo. Un referéndum entre el proyecto de refundación y la continuidad. PRI-PAN-PRD son usufructuarios del régimen político y partidarios de la continuidad del modelo económico. En esa identidad económica y política radica la factibilidad de un Frente para evitar que haya una alternancia fundacional que trastoque sus intereses.

 

Meade saldrá por el PRI y el Frente Amplio aún no tiene candidato. La preocupación de Carlos Salinas es real: si no hay una buena lectura del riesgo como la procesan ellos, pueden perder en 2018. Entonces, el camino está claro: detener al abanderado de la izquierda social con las artes que sean necesarias. Salinas apuesta a la derrota definitiva en 2018 de su principal adversario político. No perderá su reforma económica en una elección democrática.