Elecciones 2010: Maquinaria priista vs alianza opositora

maquinaria_1Y la elección se volvió competitiva en Oaxaca. Pese a las fuertes presiones y exabruptos del PRI, que lo mismo negociaron con el secretario de Gobernación la aprobación del paquete fiscal en diciembre de 2009, que protagonizaron una vodevilesca escena en el Congreso federal, enviando a dos diputadas a increpar al panista Guillermo Zavaleta, no tuvieron éxito en su cometido: evitar una alianza entre el PAN y el PRD para enfrentar al PRI en el proceso electoral 2010.
¿Por qué tantas presiones para evitar esa alianza? Por supuesto la unión de esos partidos es pragmática, se constituyen en alianza electoral para evitar ser arrollados por la maquinaria priista, que lo haría sin mayor problema de competir cada partido por separado.
Los temores del priismo son, por tanto, en sentido contrario; la unión de esos partidos hace posible sumar un capital electoral suficiente para disputar palmo a palmo las posiciones en juego, particularmente la gubernatura.
De esta forma para los comicios de este año a gobernador del estado, diputados locales y presidentes municipales habrán de contender la Alianza por la Transformación de Oaxaca (ATO), constituida por el PRI y el PVEM; y la Alianza Unidos por la Paz y el Progreso (AUPP).
Ya definidas las alianza y partidos contendientes, aún cuando falta la decisión formal sobre los candidatos, haciendo un análisis de las tendencias electorales presentadas en los comicios de las últimas dos décadas, podemos plantear algunos escenarios sobre cómo inicia la contienda electoral. Para ello consideramos la suma de votos que los partidos que se han coaligado en esta ocasión han obtenido en cada elección.

maquinaria_2La historia
Las tendencias electorales muestran como, después de la amplia hegemonía del PRI en la historia pasada, que se aprecia aún en el proceso de 1992, a partir de la última década del siglo XX la competencia se hace real y ese partido empieza a caer en la preferencias ciudadanas a la par que crece la presencia de la oposición. Una situación que se aprecia a partir de 1995, año en que, pese a tratarse de elecciones intermedias (normalmente poco participativas), el priismo dio un gran retroceso, particularmente en la disputa por los Ayuntamientos, en donde perdió la capital y las principales ciudades de la entidad.
La competencia es tan real que desde 1998 el PRI obtiene menos del 50 por ciento de la votación emitida —a excepción de 2003—, e incluso en 2000 y 2006, perdió contundentemente ante los partidos opositores, si bien en términos concretos fue sólo en la elección de hace cuatro años en donde ello se reflejó en la pérdida de nueve de once distritos, las senadurías y la elección presidencial.
La llamada “recuperación electoral” del PRI, particularmente tras haber obtenido carro completo en los comicios estatales de 2007 y federales de 2009, es engañosa. El milagro priista no es tal si consideramos la participación y abstención presentada en los comicios. Como puede apreciarse en 2000 y 2006, la alta concurrencia a las urnas derivó en los peores porcentajes de votos para el tricolor y, en contrapartida, en la más alta votación para los opositores. Y, en sentido contrario, cuando la participación cae por debajo del 40 %, dado que el que se moviliza es el voto duro de los partidos políticos, es cuando el tricolor obtiene sus mejores resultados; como fue el caso de 2003, 2007 y 2009.
Sin embargo, en la elección a gobernador del estado el promedio de participación/abstención se sitúa en el justo medio: 50 por ciento. Esto es, no se genera una abstención tal que permita que el priismo arrase (del 40 por ciento hacia abajo), pero tampoco una participación tal para que éste sea derrotado de manera contundente (mayor al 55 por ciento). Tan es así que en las dos últimas elecciones a gobernador, la diferencia entre el PRI-PVEM y los partidos opositores es mínima. Apenas del 0.75 % en 1998, y el 3.2 por ciento en 2004. Además de que en estos últimos comicios el resultado final tuvo que dirimirse en los tribunales, ante los cuestionamientos al proceso y en medio de acusaciones de fraude.
Aún más, incluso en aquellas elecciones donde el PRI arrasa y sumándole los votos del PVEM, la diferencia porcentual con respecto a la votación total que obtienen los partidos de oposición ahora aliados, no son tan contundentes como parecieran; sobre todo si consideramos que hay un porcentaje importante de votos nulos y/o por candidatos no registrados, que normalmente tenderían a acrecentar el capital opositor en una contienda competida, como la que se presentará en 2010.
Por tanto, a diferencia de comicios anteriores, esta contienda no depende exclusivamente del voto duro sino que sus resultados habrán de responder a otras variables, que analizamos en seguida.

Los escenarios
Una de las primeras consecuencias de la constitución de las alianzas, es que en los resultados del 2010 tendrán más peso que el voto cautivo de los partidos, sus estrategias, el liderazgo de los candidatos, las propuestas y la atención al llamado voto volátil (aquel que toma sus decisiones de manera más reflexiva).
La razón de lo anterior es que si bien, la apuesta de los partidos para obtener sufragios se centra en estrategias de compra y coacción del voto y el clientelismo, en los últimos años, la base nominal de electores se ha ampliado sobremanera. Así, ante una alta concurrencia a las urnas, no hay dinero que alcance para comprar a los potenciales votantes; sin embargo, el abstencionismo prevalecerá si los ciudadanos no se sienten motivados a participar. Por ello, en gran medida, el tricolor apunta también a inhibir la participación y a polarizar el hartazgo ciudadano.
Cierto, la alianza opositora suma votos pero, por las experiencias estatales anteriores, sólo es una adición del voto duro de los partidos que la integran y, por tanto, no es suficiente para ganar. Ahora bien, se maneja que el gobierno federal buscará apoyar “con todo” a la alianza opositora, lo cual seguramente se tiene contemplado. El problema que enfrentarán es que, si la intención es hacerlo mediante el uso (irregular) de los programas sociales, enfrentarán un doble problema.
El primero,  es que pese a que las cabezas de las delegaciones federales y las coordinaciones de los programas sociales son panistas, la estructura operativa en Oaxaca es priista y difícilmente tendrán los cuadros y el tiempo para sustituirlos.
El segundo es que, el priismo hace ocho meses que está en campaña. La maquinaria gubernamental/priista, inició los trabajos para la contienda por la gubernatura el 6 de julio de 2009, al día siguiente de las elecciones federales. Y está tan aceitada que trabaja más allá del pleito que se tiene en la cúpula por la definición del candidato a gobernador. Programas sociales, obra pública, servicios, concesiones, licencias, todo está en el remate electoral. Igual que la estrategia mediática: la promoción de la imagen del gobernador y de la obra pública está acompañada del lema que llama a continuar la transformación de Oaxaca; justo el nombre de la alianza constituida por el PRI-PVEM.
Sí, cómo hemos visto, el voto duro será insuficiente para ganar, la atención debe encauzarse al llamado voto volátil. El reto es cómo lograrlo. La agenda, las propuestas, sería la primera respuesta que se viene a la mente. Pero, siendo que esta franja de votantes es más reacia a participar y, por más que si se quiere lograr un cambio en Oaxaca, la agenda debería ser fundamental, poca ciudadanía se movilizará en torno a ella; además, en términos discursivos, dado que la demagogia tiene carta de naturalización en nuestra cultura política, sería complicado discernir entre una y otra; con seguridad ambas alianzas presentarán documentos que atiendan las distintas problemáticas, lo que no hará sino confundir aún más al electorado.
La venta de un Oaxaca ficticio, es lo que maneja el PRI para lograr ese voto, pero tiene en su contra a la realidad. La apuesta por el voto de castigo al PRI es la tentación de la alianza opositora, pero éste tiene límites si no va acompañado de otras acciones y discurso.
De lo anterior, también atendiendo a la cultura política mexicana, deriva que, tal vez el elemento que pueda ser detonante de una mayor participación a favor de una u otra fórmula, es la de liderazgos fuertes. Y si bien formalmente aún no hay candidatos a la gubernatura, es casi un hecho quienes encabezarán las alianzas: Gabino Cué por la AUPP y Eviel Pérez por la ATO. Y ambos están lejos de ser líderes que conciten el apoyo de las masas.
Efectivamente Cué es más conocido y las encuestas lo ubican muy por encima de los posibles candidatos del PRI; en los últimos años ha recorrido por lo menos tres veces la entidad: en 2004, contendiendo para gobernador, en 2006, como candidato a Senador, y en 2009 acompañando a Andrés Manuel López Obrador. Cierto, esa situación lo hace el más viable candidato opositor, con las mayores posibilidades. Pero, otra vez, una cosa es que sea el más conocido y otra que voten por él; una que sea el opositor más visible y creíble y otra que concite una alta participación ciudadana.
Por tanto, la clave podría estar en la selección de candidatos a las diputaciones locales y a las presidencias municipales. Candidatos fuertes, con arrastre local o regional, podrían ser el factor impulsor de una mayor participación ciudadana. Máxime si consideramos que no hay una cultura marcada de diferenciación del voto. Sin embargo, todo indica que los partidos aliados están jugando en contra de esta posibilidad, pues se han repartido por cuotas los distritos y municipios en disputa.
Del otro lado, el priista Eviel Pérez, está muy lejos en popularidad ya no digamos de Cué, sino de sus propios compañeros de partido. Encuestas internas y externas lo marcan como el más débil de ellos. Es obvio que al nominarlo, se estaría apostando fundamentalmente a la maquinaria electoral gubernamental/priista, al dispendio de recursos públicos y a las añejas prácticas irregulares del tricolor. Sólo que, sí la ciudadanía sale a votar, tal vez nada de ello sea suficiente para ganar.
Discretamente, sin muchos aspavientos, los partidos Unidad Popular y Nueva Alianza, han rechazado a la posibilidad de ir a la alianza opositora. Más allá de quienes sean los candidatos, de los argumentos para ir por separado e independientemente del discurso opositor que manejen, es claro que, como en 2004, servirán de facto a los intereses gubernamentales y del PRI. Incluso si tienen razón en su diagnóstico de las debilidades y contradicciones de la alianza opositora, lo cierto es que no son convidados de palo, ni nóveles políticos y menos los mueven intereses democratizadores. Lo cierto es que su participación, como hace seis años, podría ser la diferencia en una competencia altamente reñida; sin embargo, si existe una polarización como la que ya se dibuja, pueden ser arrollados por la disputa entre las alianzas y bajen su escaso capital electoral.
En los tejes y manejes de partidos y candidatos, la que parece ausente es la ciudadanía. Los actores políticos la ven, y así se manejan, como una clientela potencial, a los que hay que vender imagen y productos; a los que hay que intercambiar prebendas y promesas a cambio de votos; nuestra cultura política, endeble, tampoco alcanza a discernir el valor de éstos. Como hace siglos, intercambia oro por cuentas de vidrio. Ya es tiempo de empezar a aquilatar la valía de nuestra participación para poner freno a los excesos de la clase política. Esta decisión, de los ciudadanos, es la que realmente haría la diferencia entre continuar con la crisis oaxaqueña o sentar las bases para cambios democratizadores.
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