Macario se llevó su palabra

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macario_matus_sEran aún esos días terribles de la polarización política en Juchitán, en que incluso las familias se encontraban partidas en dos: priistas o coceistas. No había espacio para nada más.
Corría el año de 1989 y la COCEI, aún poderosa organización de izquierda, disfrutaba de su último periodo de prestigio y respaldo de la intelectualidad mexicana, pues los nombres de sus líderes todavía eran mencionados con respeto y admiración.
Macario Matus, poeta, escritor, promotor cultural, se encontraba preparando un viaje rumbo al Distrito Federal, para dejar atrás años de compromiso y lucha al lado de su pueblo zapoteca desde su trinchera cultural: la Casa de la Cultura, Lidxi Guendabianni,  a la que le dedicó muchos años de trabajo intelectual.
Poemas de esa época dan cuenta de ello y aún en la última etapa de estancia en su querida tierra de los zaes, Macario entregó su esfuerzo, su chispa y su pasión a la política.

 


Con claridad regresan las imágenes de una de tantas noches de trabajo político en Juchitán para el recién creado Partido de la Revolución Democrática (PRD); siglas que costaba trabajo recordar, y en las grabaciones de spots radiofónicos irremediablemente eran causa de errores.
“Voten por el partido RD” decía Macario y todos soltábamos la carcajada retenida. Se suspendía la grabación y de nuevo el intento hasta concluir entrada la noche, la jornada dedicada al trabajo político en apoyo al entonces candidato a la presidencia municipal Héctor Sánchez López, quien después habría de ser diputado federal y senador por esas mismas siglas.

Siempre de buen humor
Recuerdo a Macario y sus ocurrencias en la pizzería El Gato Montés.
Cansados del trabajo, nos dirigíamos unos 30 pasos hasta la pizzería para ordenar la cena: Saúl Vicente, Jorge Magariño, Guillermo Coutiño Archila, y Mauricio Martínez.
Pobres como estábamos, cada uno sacaba lo que traía para pagar, acaso una pizza y engañar al hambre y ahí estaba presente de nuevo, la chispa de Macario, quien, con gesto ceremonioso alza el brazo y pide la carta para ordenar.
—Señorita por favor, ¿me trae la carta?… mmmm… —. Pensativo observa la carta con elegancia, eleva una ceja, esboza una sonrisa casi invisible, mueve el dedo índice para encontrar el menú seleccionado y ordena con parsimonia: —: Una orden de cebollines y un vaso de agua… es que sólo para eso me alcanza, —; afirma mientras todos festejamos la aparente broma.

Grandeza de lo mínimo
Macario nunca vivió en la opulencia, sino en la medianía que le ofrecía su trabajo intelectual por todos admirado y por muy pocos recompensado, de ahí quizá su rechazo hacia los políticos que al final Macario hizo público en reiteradas ocasiones.
Diputados federales, locales, senadores, dirigentes políticos convertidos una y otra vez en candidatos que nunca retribuyeron ni siquiera con una recomendación o un apoyo económico, la enorme tarea en materia cultural y la aportación política de Macario a Juchitán y a su lucha histórica.
“Todos de algún modo estamos en deuda con Macario”, aceptó Leopoldo De Gyves el día de su sepelio, y tuvo cuidado de mantener sana distancia de los hijos y la viuda del poeta como después lo hicieron Héctor Sánchez, Oscar Cruz y Mariano Santana, todos ex presidentes municipales de Juchitán, divididos por la política y reunidos otra vez “por Macario”.
Es cierto, el funeral del poeta no fue un mitin; fue una congregación de  personas en una marcha doliente que ofreció la oportunidad de reencuentros, de remembranzas, de anécdotas, como si el maestro estuviera ahí de pie, contando sus nuevas aventuras.
Los artistas con él
Intelectuales, profesionistas, poetas, escritores, pintores, músicos, escultores, fotógrafos, compositores, periodistas, compañeros de trabajo, pupilos, amas de casa, hombres y mujeres sencillos lloraron la muerte del amigo, del compadre, del hermano, del maestro, del artista.
De lejos llegaron las cartas de quienes no pudieron estar presentes; coronas, esquelas, mensajes y honrosos reconocimientos leídos en el corredor de la Casa de la Cultura, donde fue homenajeado.
“Macario debe de estarse riendo de nosotros...debe de estar diciendo: Biaa ca’ guidxa caa... cayuunaca (miren a esos tontos, están llorando)”, sugería María Palizada, la viuda de Jesús Urbieta, que se adelantó muchos ayeres, y con quien Macario solía disfrutar alegres tardes en la cantina “La Flor de Cheguigo”.
También se dolía la maestra “Nena”, viuda del compositor y cantor juchiteco Hebert Rasgado, quien confesó el pesar de muchas cuarentonas  del medio cultural.
“¿Yanna tu quiee laanu?” (Y ahora quién nos va a apretar), sabedoras de las mañas tan exquisitas del poeta de acariciar furtivamente a la esposa del amigo, a la chica que se sentaba al lado, de tocar con arte, sin malicia, de brindar una caricia mientras disimula el hecho pero halaga el ego de la susodicha. Como quien dice, un auténtico “taganero” término que hoy se queda sin su mejor representante en Juchitán.
Hasta el día de su partida, Macario hizo la última broma: pues él, quien  fuera un bebedor reconocido, fue velado en un local de Alcohólicos Anónimos (su antigua casa). Así fue él, imprevisto, ocurrente, único.

No quiso políticos cerca
Y otro personaje singular, su hermano, conocido como Ismael Matus, “Mango yudxu’ (mango podrido), habló en su sepelio —después del discurso del controvertido sobrino metido a la política, el doctor Héctor Matus—, para aclarar que “Macario advirtió que no quería a ningún político cerca en su entierro”. Los aludidos, aclararon la garganta y se mantuvieron en silencio.
Macario fue el hombre que besaba los árboles y les acariciaba el tronco como si se tratara  de una mujer, al decir que ellos también tenían sexo, tras encontrarle  formas propicias a alguna oquedad.
Fue el poeta que dejó correr la tinta sobre el papel para escribir con erotismo  o con lujuria sus más profundos sentimientos en su lengua zapoteca o en la dominada lengua de Castilla. También tradujo poemas a la lengua de los hombres nube.
Orientó a los despistados, sacudió a los inermes, despertó el deseo de la búsqueda en los dormidos. Sin egoísmo ofreció su conocimiento a quien quiso tomarlo, y a quien esto escribe le enseñó los tips” para reportear y entrevistar sin miedo al más temido o soberbio de los personajes.
Con él también pisé por primera vez una cantina y saboree el mezcal una tarde calurosa. De él escuché la crítica mordaz contra artistas encumbrados que se olvidaron de su pueblo y se negaron a hacer más cuando podían.
Fue un hombre culto, amante de los libros, promotor y defensor de la lengua, impulsor de muchas generaciones de artistas que hoy tienen nombre y que se forjaron bajo su mirada, siempre crítica…
Macario vivió a plenitud y fue maestro ejemplar. Fue irreverente y traspasó fronteras con sus poemas y, en su destierro voluntario, creó en el Distrito Federal su propio Juchitán, en donde volvió a impulsar a otros jóvenes que se acercaron a él.
Creó y recreó a su pueblo y a su gente a la que nunca olvidó. Macario fue a plenitud un auténtico señor de la palabra.