México: La inviabilidad de una nación SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE

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fundacion_tenochSin embargo, en esas palabras se manifiesta nuestra condición subalterna en una actividad que resulta de vital importancia en todo proyecto de largo plazo de una nación. Si se quiere tecnología: o nos viene del extranjero, o (la que se genera internamente) tiene que gestionarla el Estado. Porque la estructura industrial ligada a grupos nacionales no produce tecnología.
Esta tendencia se acentuó con el arribo del neoliberalismo, cuando la fracción hegemónica (la asociada a las corporaciones financieras del exterior) se apropió de la política económica del Estado Mexicano a través de la SHCP  y el Banco de México, quienes siguieron las directrices del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Ese es el significado de la autonomía del Banco de México.
Empresarios mexicanos, rendidos

En otras palabras, los llamados empresarios mexicanos asimilaron y diluyeron en la ideología y el poderío de los capitales extranjeros sus intereses inmediatos. Jugaron acríticamente la carta de la inversión extranjera como la panacea para resolver los problemas del crecimiento y desarrollo. Esa actitud revela su debilidad ante el poderío externo y no tuvieron la actitud de defender su mercado interno.
Simplemente capitularon y negociaron los términos de su sujeción. Esa actitud de la clase empresarial, particularmente la de los años 90, tiene mucha semejanza con la descrita por Alexander Solzhenitsyn cuando se refería a la Rusia después de la caída del muro de Berlín: “Nuestra carrera desenfrenada hacia los inversores extranjeros deriva de nuestra extrema decadencia moral, de nuestra desesperanza.”
Esos factores de poder convirtieron rápidamente al Estado mexicano en el principal aliado de la clase empresarial para su particular acumulación, y que utilizó en contra de otras fracciones del capital que se movían en suelo nacional. Por lo mismo, esos factores son protagonistas principales del proceso de desmantelamiento del Estado en los años 80 y 90.
La presión que ejercieron en contra del Estado para que éste se retirara de los espacios económicos y renunciara a sus deberes de la regulación social, lo llevaron a una situación de indigencia en el que hoy se debate. Ya es patética  su incapacidad estructural y política para enfrentar los grandes quebrantos que vive la sociedad mexicana, entre otros, los de la criminalidad. De manera que el actual estado de cosas son, no hay duda, los polvos de aquellos lodos.
Empresariado, sin
diagnóstico nacional
Con todo, lo más grave que presenta eso que se llama clase empresarial: no es consciente de su condición de subsidiaridad y dependencia del exterior. No tiene idea de la dimensión de la crisis del país que habita porque la desconoce. Es decir, no tiene sentido de la historia nacional porque no se ha preocupado por leerla y entenderla.
La mejor prueba de lo anterior es que en estos momentos de crisis económica de EUA (la crisis inmobiliaria, por ejemplo) y de los cambios de la geopolítica mundial, la clase empresarial no tiene un diagnóstico nacional más allá de señalar alguna de sus dolencias. Carece de alternativas generales al no ser dueña de una visión de la globalidad nacional e internacional. Grave porque sin concepción de país, no hay propuestas. Toda su reflexión sobre el problema nacional se reduce a repetir lo de las variables macroeconómicas, las bondades de la inversión extranjera, la urgencia de la reforma energética o las adivinanzas acerca del crecimiento del PIB.
Como consecuencia de la debilidad que le impide afrontar los embates de la competencia mundial, las firmas mexicanas se convirtieron, a partir de los años 90, en importadores de productos y abandonaron el campo productivo. Es sintomático lo que pasó con el Grupo Alfa de Monterrey, que se desprendieron de fábricas emblemáticas como HYLSA, traspasada a grupos extranjeros. Lo mismo sucedió con la banca, más rápido que tarde se desprendieron de ella. Su pobreza en la interpretación de la realidad se extiende a un punto central de la vida política nacional: desconocimiento o significado que tiene en México la intervención del Estado en la sociedad, como parte de una cultura del paternalismo. ¿Recordamos lo que decía Mora?
Apenas si es necesario repetir que dicha presencia se origina históricamente en una deficiencia congénita de carácter productivo y de fragilidad de la sociedad civil (que no se pudo construir en la Colonia y en los dos siglos de vida independiente). Una fracción de los empresarios, la más fuerte e interesada en los bienes públicos, no tuvo otra ocurrencia que culpar (a partir de los 80) al Estado de todo lo malo que sucedía en el país. Su caballo de batalla fue el populismo.
Populismo por ausencia
de burguesía industrial
El populismo, como se sabe, es un fenómeno también histórico; es la cara política de la intervención del Estado en ausencia de la burguesía industrial. El Estado tomó la función que correspondía desarrollar al empresario industrial en cuanto a la ampliación del mercado interno (empleo, instituciones de la seguridad, sociabilidad al incorporar a los grupos al mundo de la producción, etc.), que es el que otorga la dinámica a las fuerzas productivas. Es lo que no hizo siempre la clase empresarial mexicana y latinoamericana. El populismo es un fenómeno típico del subdesarrollo, y en más de un sentido, de los países que surgieron de procesos coloniales. Un poco distinto a los populismos de Rusia y de los EUA del siglo XIX.
Los populismos de América Latina del siglo XX, corren paralelos al impulso de la industrialización y la ampliación de los mercados internos desde el Estado y operados por liderazgos carismáticos (Cárdenas en México, Perón en Argentina, Kubiscek en Brasil).
En lugar de entender en su exacta dimensión el fenómeno del populismo, que el México poscardenista creó todo un mercado nacional, además de desvirtuar su significado, lo convirtieron en pretexto para desmantelar al Estado. Pero no lo hicieron con un propósito de mejorar al Estado o a la sociedad, sino como la justificación ideológica que serviría para extender las políticas neoliberales surgidas del Consenso de Washington. Con ese pretexto el Estado se deshizo de sus empresas estratégicas.
La dirigencia empresarial jamás dimensionó el significado de esa política de Estado. Su falta de perspectiva nacional y del cabal entendimiento de la realidad mexicana, los llevó a sobredimensionar el papel del mercado y subestimaron la función política y social del Estado. Perdieron el análisis de su racionalidad y lo sustituyeron por el dogma del mercado. Olvidaron que éste es funcional dentro de la funcionalidad de las instituciones. Lo otro es la selva, particularmente en un país con la historia de México donde el Estado no tiene sustituto.
Libre mercado, nos perdió
Hasta los años 80, el Estado tenía en sus manos múltiples mecanismos de acción con todos los actores sociales; eso le permitía tener el monopolio de la interlocución nacional. Con muchas empresas públicas mantenía los equilibrios políticos y económicos que garantizaba a la sociedad cierto grado de cohesión. A través de instituciones financieras y organizaciones políticas, mantenía arraigada a buena parte de la población campesina, evitando la migración.
Lo anterior es importante por cuanto que en épocas de crisis, la producción campesina representaba un colchón que la atenuaba. Con las políticas de libre mercado eso se perdió. Por otra parte, en la lógica del Estado mínimo, áreas completas de inteligencia nacional fueron liquidadas en aras del adelgazamiento y la eficacia gubernamental. No sólo terminaron con la “obesidad” del Estado, sino con las funciones que hacen posible la existencia de un Estado en la compleja sociedad contemporánea. Resultado: el Estado Mexicano está rebasado por la criminalidad y sin la capacidad para exterminarla. Regiones del territorio nacional están en su poder y nadie puede garantizar seguridad a las personas y sus bienes. La ideología neoliberal obnubiló las mentes empresariales y hoy señalan a políticos y autoridades. Habría que preguntarles: ¿Quién desmanteló al Estado, por qué y para qué?
Sin monopolio legal de la
violencia, salvajismo
Al faltar el monopolio de la violencia legal ejercido por el Estado, volvemos al salvajismo que decía Hobbes. Y nadie atina en el diagnóstico. Creen, equivocada o interesadamente, que el problema son los policías, los jueces y los políticos.
No hay duda que dichos actores son parte del problema, pero a estas alturas, ya pueden renunciar los funcionarios de todos los niveles y no se avanzaría mucho. Hace falta una correcta lectura de lo que está pasando en la sociedad. En particular lo que se refiere al mecanismo de la causalidad de los fenómenos sociales.
Otra de las grandes deficiencias de la dirigencia empresarial es que no entiende la mutación que está sufriendo la sociedad contemporánea. Con esas transformaciones las palabras ya no designan lo que antes designaban. Urgir al gobierno, como hacen los empresarios, a que promueva la competitividad para aumentar las exportaciones es creer que el contexto en que suceden las exportaciones no ha cambiado.
Sólo un dato: el 63% de las exportaciones internacionales ya no se ubican en los espacios del “libre mercado” sino en el del comercio intrafirmas, esto es, en la relación casas matrices-filiales.
¿Estado fallido?
Esto obliga a replantear en otra dimensión los términos de las relaciones internacionales y productivas de la sociedad. Ya se debe hablar de la economía nacional del conocimiento, para lo cual la clase empresarial, como todo el país, no tiene propuesta. Y no se tendrá mientras se permita que el Estado apenas dedique el 0.30 del PIB a ciencia y tecnología. Eso lo entendieron los chinos hace mucho tiempo. Cierto, los chinos cuentan con dirigencias, sentido del compromiso con su país…y una perspectiva de largo plazo.
¿Cómo entender que las cúpulas empresariales le exijan al gobierno atender urgentemente el rubro de la competitividad, cuando se está ante un Estado que ya no garantiza el cumplimiento de la ley, requisito mínimo indispensable para los actos contractuales y civiles, que son el cemento de la confianza social?
El poder del Estado, hoy por hoy, está diseminado a lo largo y ancho de la república en múltiples actores que operan al margen de la ley. ¿Creen de verdad los empresarios que es posible lograr la competitividad sin ese referente fundamental? Es evidente que les hace falta ese halo de lucidez que ponga en perspectiva las cosas y establezca una jerarquización de los asuntos nacionales.
LA ESTRUCTURA
JURÍDICA Y POLÍTICA
Sociedad sin cultura democrática
A toda estructura productiva le corresponde una determinada estructura de grupos sociales, y todo lo anterior, a su vez, se refleja en la estructura política de una nación. Mucho de la no concreción de los Estados Nacionales en América Latina se debe a la debilidad de los grupos empresariales en la región. Lo que se hizo en varias naciones fue edificar estados con dominio de un solo grupo (en general, relacionado con los grandes terratenientes), que a la larga llevó a los sucesivos golpes de Estado.
En México, después de los avatares de la Independencia y casi 50 años de guerras civiles, el Estado nacional finalmente se estableció en 1867. No obstante, era evidente que estábamos ante un Estado frágil, exhausto y sin recursos, con instituciones públicas poco operativas, una sociedad empobrecida, mayoritariamente analfabeta, un extenso territorio escasamente habitado y una sociedad sin cultura democrática. Las dirigencias políticas tenían su origen en las capas medias ilustradas y en ascenso. La más brillante, la de la Reforma, con audacia y patriotismo, restauró la República y construyó por primera vez, las instituciones de su tiempo.
Sin embargo, podríamos decir que le “faltó sociedad”. O si se quiere, había sociedad con ausencia de la sociedad civil, aquella que vigila, con instrumento legales, a sus instituciones públicas para hacer posible la convivencia política y social. Otra vez faltó la clase empresarial que la hace posible, con sus leyes y la visión para desarrollar las fuerzas productivas al interior de la nación. Porfirio Díaz puso orden en el país, pero bajo un gobierno congruente con la vieja tradición: Gobierno unipersonal y autoritario. Logró la paz  bajo el lema positivista “orden y progreso”, que terminó en violencia en 1910.
Milagro Mexicano, espejismo
El régimen político de la Revolución que deriva en la Constitución de 1917 y se consolida en el sexenio del general Cárdenas, es el más estable en la historia del país, y con el que se inaugura propiamente el  sistema político mexicano, con el que se alcanza el mayor periodo de estabilidad y los mayores índices de crecimiento económico. Sin embargo, más allá de los méritos del régimen político y la visión de sus dirigentes, la expansión de la posguerra fue una feliz circunstancia  interna con aspectos favorables del exterior. Aun con eso, los hechos posteriores demostraron que el publicitado Milagro Mexicano fue un espejismo.
Lo anterior porque las estructuras productivas tenían cimientos endebles, la clase empresarial no era tal, la sociedad mexicana carecía del alma de la modernidad pues las conductas sociales estaban regidas por la intolerancia y muy lejos de respetar la cultura de la legalidad. Lo más grave, que el régimen político no evolucionó hacia formas superiores de convivencia democrática.
Nuestra vieja vocación por la imitación nos lleva a pensar que copiando aquí y allá mecanismos y órganos de sistemas democráticos avanzados podemos ser democráticos, y que por lo mismo ya vivimos en un sistema democrático. No contamos aún con una sociedad democrática porque ésta se construye mediante un largo proceso de culturización de la conciencia social. No hemos construido un Estado democrático porque hace falta una sociedad civil demandante de libertades públicas y de un sistema eficaz de rendición de cuentas, un acuerdo de las élites y dirigencias que lleven a una reforma que recomponga el poder. ¿Eso es posible en un México polarizado?
Un Estado no digno de tal nombre
Lo que se construyó en México con el sistema político fue un Estado lleno de agujeros. Y fue así por la composición de las clases sociales que lo erigieron y la etología de una sociedad cuyos atajos históricos que arrastra no se han podido revertir a través del proceso educativo. Ni las dirigencias políticas, la empresarial, ni organismos de la sociedad civil, edificaron un Estado digno de tal nombre.
Más bien, operaron en un país de las dobles máscaras a que se refirió Octavio Paz. Dichas dirigencias nunca dieron un golpe de timón social para levantar, por primera vez en la historia del siglo XX y lo que va del XX1, un país de instituciones. Veleidad cara a los grandes liberales de la Reforma. La nuestra es una República de papel que tiene leyes que no se cumplen. Así no hay tal Estado de derecho ni regulación social desde las instituciones y sus órganos de justicia. El Estado mexicano, sociedad política organizada, operativamente no cuenta con instituciones consolidadas.
Los actos ilegales de todos los actores sociales son hijos legítimos de la impunidad, pero la impunidad es producto de toda una estructura social, que no es otra cosa que la forma de cómo los grupos se forman e inciden sobre el poder y desde el poder. Por lo tanto, los actos diarios de los ciudadanos no tienen por norte el comportamiento establecido en la norma que es para todos.
Lo contrario se guía por lo que está fuera y ya no tiene aplicabilidad universal. Las connotaciones que estas conductas tienen son de hondo calado social, porque los comportamientos ilegales, cuando son generalizados, dinamitan la moral y carcomen el tejido social. Con la desventaja de que, si no existe un mecanismo institucional que lo restituya, se va perdiendo la conducción de los asuntos públicos. Todo esto socava y limita el funcionamiento de las instituciones legitimadas por el voto, en tanto que el estado de derecho y la división de poderes terminan por no afianzarse. Ahí está el caso de nuestra interminable transición democrática, que no cuaja en un nuevo orden constitucional. Entonces es cuando la política abandona la lógica de la Constitución y se pierde en la politiquería y en los pequeños cotos de poder de los diversos grupos de interés.
La crisis social y política que hoy vive México es una crisis organizacional, y no hay un actor social que convoque y sea escuchado para encontrar orden al todo nacional. Las dirigencias de este país no tienen la fuerza política y moral para convocar a un pacto nacional que incluya la recomposición radical del Estado e imponer la ley como requisito mínimo para la convivencia.
Intereses de grupo sin
proyecto de nación
Ellas (empresarios, iglesia, militares, políticos profesionales) carecen de un proyecto para la nación. A lo sumo tienen intereses individuales o de grupo. Y en la prevalencia de esos intereses particulares es donde se está hundiendo el sentido de la justicia y la paz social.
Quien intente un proyecto para sacar al país del atolladero tendrá que olvidarse de las reformitas intrascendentes, e hincarle el diente a la re-edificación del Estado Nacional. Después, reorientar la política económica y darle prioridad a la producción interna para rescatar urgentemente a los olvidados, que son hijos legítimos de la desigualdad; atender la agricultura, la educación y recomponer las cadenas productivas.
Lo anterior, siempre y cuando se tenga cierta autonomía en relación a los dictados de los organismos del exterior, y sobre todo, de los intereses de nuestro vecino, empezando con su empecinamiento en los energéticos. Si la geopolítica y los intereses que encierra impiden toda acción que implique utilizar los recursos naturales para atender las necesidades de la gente, entonces validará nuestra condición de país con industrializaciones truncas, y sociedad intrínsecamente inestable.
¿MÉXICO TIENE VIABILIDAD?
Ante las circunstancias actuales, la pregunta va en el sentido de si a estas alturas del siglo XXI, el país tiene viabilidad. Veamos:
1.- México sin incidencia mundial
Visto desde la geopolítica mundial, donde se entretejen los intereses de las corporaciones transnacionales, las potencias nucleares y la cruda lucha por los recursos naturales y energéticos, las posibilidades de desarrollo autónomo de las naciones emergentes como México, se reducen dramáticamente.
La apropiación de los excedentes económicos no conoce reglas, ni legales ni morales. México no tiene presencia militar, comercial  o política, por lo tanto, no tiene incidencia en el curso de los acontecimientos mundiales. Tampoco cuenta con grandes posibilidades para desarrollarse en ese mundo con predominio de los grandes corporativos. La crisis del vecino reduce nuestro margen de maniobra
2.- Estado a la deriva
Cualquier proyecto de desarrollo nacional debe partir de un principio elemental: Un Estado sujeto a leyes y consensos entre las clases dirigentes que le otorgue credibilidad y operatividad. Quien quiera ver se dará cuenta que esa entidad con tales atributos no está entre nosotros. Ahora más que nunca contamos con un Estado a la deriva, que funciona más como aliado de la fracción dominante del capital financiero internacional y sus aliados criollos. Algo parecido a los Estados oligárquicos del Cono Sur del siglo XX. Por lo tanto, no tiene condiciones para presentarse como el garante de toda la sociedad, pues tiene que torcer la ley para inclinar la balanza a favor de un solo grupo.
3.- Devastación agrícola e industrial
Desde el punto de vista productivo, asistimos a una devastación tanto en la industria como en la agricultura. Es un hecho que con la firma del TLC en 1994, se entregó el campo mexicano, atado de pies y manos a las grandes transnacionales asentadas en México (Monsanto, Purina, Cargill, etc.). Ellas controlan y especulan con los productos agrícolas. Al respecto, un dato: en 1993 las importaciones de granos no rebasaban los 800 millones de dólares (500 mil tons), en 2006 ese rubro se elevó a 9 mil millones de dólares (14 millones de tons).
De ese tamaño es nuestra metamorfosis productiva, misma que en su vertiente ocupacional expulsó anualmente a 400 mil mexicanos al otro lado de la frontera norte. Esa es la consecuencia de la mentalidad de empresarios y funcionarios (los que se decían el mejor equipo económico del mundo) que en los tiempos de Salinas sostenían que era mejor importar granos que producirlos. Era más barato, decían. Exactamente a contracorriente de lo que hacían y hacen todos los países; cuidar su agricultura. En el campo mexicano no hay expectativas.
4.-Gran industria en
manos de extranjeros
En la industria el panorama no es mejor. Las mayores están en poder del capital extranjero. Son las que generan el mayor déficit en la balanza de pagos. Su estructura está dominada por las relaciones que establecen sus matrices, y no operan bajo el interés nacional. Están lejos de intensificar las relaciones productivas con industrias del interior. De esa manera dificultan, de raíz, el fortalecimiento de la red industrial y la generación de tecnología. De ahí que la fisonomía de nuestra planta industrial esté caracterizada por la deformidad y la fragmentación. Hay que echar una ojeada a la estructura del comercio exterior para comprobarlo.
5.- Sector financiero en
manos de extranjeros
En cuanto al sector financiero, es un pasaje que apenas vela nuestra infinita irresponsabilidad y la pérdida del sentido del ridículo. Dicho sistema es la sangre que riega a todo el cuerpo económico de la nación. Debería estar, al menos su estructura básica, en poder del Estado. Se trata del control de un punto básico de la política económica.
En lugar de eso, el grupo llamado de los “reformadores” tuvo a bien privatizarlo con el peregrino pretexto de su modernización. Hoy la banca mexicana es 94% extranjera y se maneja con criterios ajenos al interés nacional. Con su política de tasas de interés elevadas no puede haber lógica productiva. Además, por su conducto se registra la transferencia de divisas, la especulación y se tienen serias dudas sobre sus vínculos con el crimen organizado. Por ese lado, tampoco hay opción nacional.
6.- Voto ciudadano, pervertido
La metamorfosis social  mundial a que aludíamos en páginas previas ha dinamitado los puentes de la representación social y política como mecanismo de gobernabilidad. En efecto, el mandato expresado a través del voto se olvidó hace mucho tiempo. Ya Rousseau había dicho en el siglo XVIII que el otorgar el voto a un ciudadano era una forma de perversión, pues nadie garantizaba que el ungido con el voto respondería siempre a esa confianza y a los intereses del pueblo llano. En nuestro siglo, efectivamente, los grandes intereses mundiales han desvirtuado la representación y el sentido mismo de la democracia.
Esto, porque la política económica (sobre todo de los países pobres) tanto como la representatividad del voto ciudadano en las esferas legislativas, se hayan lejos del control ciudadano. Lo anterior introduce un elemento totalmente distorsionador en el funcionamiento de las instituciones públicas y su interacción con la sociedad. Se convierten en sociedades políticamente fragmentadas y sin salidas a la vista. En este contexto, el sistema democrático empieza a ser claramente disfuncional a los intereses mayoritarios.
7.- Estado fracasado  
Si el diagnóstico anterior del caso mexicano es correcto, estamos ante una nación que no encontró, no ha encontrado, la institucionalidad. De ser así, le estaremos dando la razón a las versiones que corren en ciertos círculos del poder económico de los EUA: que el de México, es un ESTADO FRACASADO. Tal vez es lo que somos, efectivamente, y lo que explica, sin eufemismos, lo demás. En estas circunstancias, no somos viables moral, productiva, ni políticamente.
8.- Sin racionalidad
Desde otra óptica, lo que no ha alcanzado este país es definir un Estado Nacional y a través de él, todo un sistema económico y social regido por la racionalidad. En otras palabras, un todo nacional regido por la visión de la integralidad. Dura realidad la historia de México.