Periodismo, crisis, violencia y libertad

priodismo_crisosEn el principio…

En 1978 entré por primera vez a la redacción de un periódico. Era la del UnomásUno. Este tenía poco de haber nacido y ya estaba en un gran momento. La primera sensación que tuve ahí fue la de temor.

 

Aquel era un lugar lleno de gente enloquecida que corría de un lado a otro y que de pronto estaba escribiendo en unas máquinas de aquellas viejas, Remington, o bien gritaba al teléfono, en tanto que otros caminaban mientras leían sus notas antes de entregarlas al juez supremo: el jefe de redacción, quien en su escritorio las leía, marcaba, corregía o exigía a gritos, al reportero, por el tono, la forma o la falta de “nota” en su nota. La melodía de fondo era la del tecleo de las máquinas de escribir, permanente e interminable…

Yo estaba a punto de salir de la Universidad y aunque aun no terminaba la carrera, me hallaba convencido de que ‘mi contribución habría de ser fundamental para el futuro del periodismo nacional’ y, por supuesto, para la recuperación y defensa de uno de los derechos fundamentales del hombre, como es la libertad de expresión.

Habían transcurrido apenas diez años de la tragedia de 1968 y dos del golpe del gobierno de Luis Echeverría al diario Excélsior el 8 de julio de 1976. Así que dos acontecimientos fundamentales para el país y para el periodismo nos abrían las puertas de una nueva época a quienes nos íbamos a dedicar al mejor oficio del mundo.

Antes, en las aulas se corría el rumor de que cuando llegáramos a algún medio de comunicación, alguien nos haría la fatal advertencia: “no te metas con el Ejército; no te metas con el presidente y no te metas con la Virgen de Guadalupe”: “Todo –o casi todo- menos eso”.

Y si bien a mí nunca me lo dijeron, es verdad que antes de lo ocurrido en 68, 71 y 76, en los medios del país difícilmente se encontraban alusiones críticas a los soldados, a la Virgen y mucho menos al presidente mexicano, que casi siempre aparecía por ahí, inaugurando alguna obra pública y a quien siempre, al paso, de entre la multitud, le salía una viejecita con una carta-petición, que él miraba con ternura, la medio acariciaba, la entregaba a uno de sus ayudantes y daba un beso cariñoso a la representante de la libertad de acceso al presidente. Lo sorprendente era que la viejecita aquella era la misma en todos los actos.

Pero ya estaba en la redacción de un periódico. Era lo que siempre había querido. Y aunque el primer contacto fue de aprehensión, muy pronto descubrí que casi todo era distinto a esa primera imagen. Que ahí hay mucha gente amiga que está en la misma vena neurótica de todos nosotros. Luego, paso a paso, y con algunos tropiezos, también me di cuenta de que el periodismo no es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona.

Por supuesto, luego de 33 años de estar metido en muchas redacciones y muchos empleos editoriales, me he dado cuenta de que en el periodismo hay de todo, como en todos lados: Hay los muy buenos, los malos y los maloras; hay los inteligentes y los listos; hay los que aman al periodismo porque es su pasión enloquecida y quienes están ahí por otras razones; hay los arrogantes que de veras se la creen y los humildes sin portafolios.

Pero el hecho de tener la posibilidad de estar cerca de los hechos, de mirar lo que hacen los hombres y las mujeres en el mundo para vivir y ser felices o infelices; mirar a los hombres del poder y los reclamos de los no poderosos, es un privilegio exclusivo para los periodistas. Esto hace que se nos vea ya con afecto, ya con temor o con desprecio: todo depende de quien nos mire: Lo sabemos bien.

La libertad de expresión en nuestra legislación

Y. A mí, nunca, en ningún momento, puedo asegurarlo, mis directores me han instruido en qué decir o qué no decir: a lo más que llegaban era a indicarme cómo decir las cosas; algo que tiene que ver con la forma, la intención, la obligada necesidad de que nuestro lector no se nos caiga y que nos lea, nos vea o nos escuche. O a la manera del maestro Granados Chapa: nunca decir algo que no podamos probar.

En lo que a mí respecta, he buscado como reportero, articulista, cronista, editor o director de algún medio del que lo he sido, cumplir con esta consigna que me da tranquilidad y me permite salir a la calle y caminar pausado, como si estuviera en el patio de mi casa.

Siempre he intentado encontrar el punto en el que la libertad no se restringa y nada de lo que publiquemos o digamos sea improbable.

Quizá esto se deba a que aterricé en el periodismo en tiempos en los que se despertaba una efervescencia creativa, novedosa e ilusionada y a que siempre estuve cerca de gente que no puede considerarse enemiga de la libertad de expresión: todo lo contrario; si hay algo qué decir es que, a lo largo de estos años, son ellos, algunos, quienes han trabajado muy duro para consolidar ese derecho, al que todos tenemos derecho.

Durante años tuve como director y maestro a don Miguel Ángel Granados Chapa; y también mucho tiempo a don Manuel Becerra Acosta; a don Carlos Payán; al doctor Samuel del Villar; a Alejandro Ramos; a Roberto Rock; a Raymundo Riva Palacio y más. Todos amigos: todos maestros. Y ninguno de ellos, lo puedo asegurar, me dijeron o me han dicho qué expresar o qué ocultar. Es así.

¿Qué quiero decir con todo esto? Simple y sencillamente que luego de los acontecimientos del 68 y luego de la salida de Excélsior de don Julio Scherer y su grupo en 76, el panorama mexicano para la libertad de expresión decididamente cambió de la letra a los hechos.

Porque con mucha frecuencia las leyes mexicanas otorgan derechos, pero otros se encargan de restringirlos, limitarlos o de plano no respetarlos… y ya era el tiempo de los cumplimientos.

Un poco para tomar conciencia de esto y a modo de ejemplo de otros tiempos, don Luis González y González, el gran historiador mexicano, me recordaba siempre en tono de broma, pero muy en serio, el dicho aquel del Marqués de Croix, virrey de la Nueva España, que en 1767 hizo venir al palacio virreinal al impresor Antonio de Hogal a quien le exigió publicar un bando que decía:

“De una vez y por lo venidero, deben saber los súbditos del Gran Monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos de gobierno”

…Y sin embargo, parece que los hombres del poder político y ahora económico no cambian.

Periodismo y gobierno

Durante muchos años la política y el gobierno han sido la fuente de información básica: lo que hacen o dejan de hacer nos interesa a todos porque nos afecta a todos. Porque lo pagamos todos. Pero al mismo tiempo, muchos políticos y gobernantes son extremadamente quisquillosos con lo que se dice de ellos. Les gusta el halago. Les gusta el reconocimiento a su generosidad, a su buen hacer, a sus buenos modos y a su simpatía.

Pero les enoja mucho que se les conozcan los errores y que éstos errores se den a conocer a los gobernados; le disgusta que se conozcan sus injusticias, sus abusos, sus extralimitaciones: no les gusta que se les mire a los ojos cuando están inyectados de poder.

Dicen que aman la libertad de expresión, pero con frecuencia odian a los periodistas, aunque los procuren ellos mismos, o sus jefes de comunicación social, y les inviten a desayunar o a comer o a la bohemia, porque suponen que la mayoría de nosotros nos la pasamos de la redacción a la cantina…

Por muchos años la libertad de expresión en México tuvo que navegar en aguas turbulentas: muchos medios y periodistas cayeron en desgracia, pero muchos más se mantuvieron firmes, ya como capitanes o marineros de la barca, firmes en decir las cosas y cuidando, al mismo tiempo, la subsistencia de sus medios, lo cual es indispensable para nuestra propia subsistencia, y la dignidad propia.

La ética estaba en el filo de la navaja. De hecho, en muchos medios la hay a pesar de las diversas formas de control; algunas verdaderamente perversas.

Recuerdo las palabras de un director de comunicación social de gobierno que, en tono de confidencia, pero también de advertencia, me dijo hace años:

“Mira, para nosotros es muy fácil controlar a los medios: es por la vía de la publicidad: ya sea que les retire toda y los deje en el aire hasta que se mueran de hambre o llenándolos de publicidad, para que pierdan credibilidad entre sus lectores”. Por supuesto, el famoso funcionario ya no está y la prensa crítica sigue vivita y coleando. En Oaxaca, en nuestra tierra, se sabe algo de esto.

Y si esto era así con los medios industriales: impresos, electrónicos y ahora digitales, imagínense ustedes lo que ocurría y ocurre con la prensa que no se somete; mucha de ella en los estados de la República, como también la de mexicanos rezongones que también quieren otro México y otro destino.

Con frecuencia sabemos de políticos que se proclaman demócratas, pero estos pueden llegar a ser intolerantes ante la crítica y están atentos a cualquier mínima señal que vaya en su contra para acusar agravio, abuso de las libertades y hasta de maldad inaudita de “esos periodistas tales por cuales…” y se aprestan a enviar desmentidos, mensajes obscuros, señales obscenas, acusaciones falsas para meter a la cárcel a quienes disienten de ellos y hasta amenazas, como si con ello se solucionara la esencia de su gobierno.

La subsistencia

Pero tampoco debemos olvidar algo muy importante. Que los medios de comunicación viven de los anuncios, viven de la publicidad y a veces de la propaganda; y que el gobierno y la empresa y muchos actores sociales y políticos necesita de medios, fuertes y vigorosos para difundir sus mensajes y como muestra de las libertades conseguidas. Entonces la relación de subsistencia no tiene por qué ser inhóspita siempre y cuando cada una de las partes conozca los límites de su apuesta en democracia y en transparencia.

Si las reglas son claras y ni uno ni otro busca predominar sobre la otra parte, entonces se construirá una relación de equilibrio, armonía y dignidad, en la que el más beneficiado será el público, que es quien finalmente paga todo.

De todos modos la información que tiene que publicarse se publica porque existe otro factor muy importante: la competencia.

En lo informativo, hoy existen muchos medios: tanto impresos como electrónicos o digitales. Todos transmiten información y contexto. Por lo mismo, será muy difícil que un medio diga que “se le perdió la nota” o que “no hubo nota”. Si éste no publica algo, otro lo hará o lo dará a conocer por cualquiera de las vías.

Por supuesto hay las excepciones: las de los medios que están en zonas peligrosas y que tienen que pisar con mucho cuidado en lo que informan, para informar y cuidarse ellos.

Luego, existen las páginas de opinión o la sección de análisis. En general los medios buscan contar con analistas de diversas disciplinas y diversos puntos de vista o ideologías. Esto les otorga calidad, pluralidad, influencia y libertad.

Esto es así porque quienes opinan están muy conscientes de su libertad de expresión y muy difícilmente el editor podrá decirles qué sí decir o qué no. Aunque sí es parte de su trabajo dialogar con cada uno de ellos para garantizar que lo que dice sea de calidad, que esté probado, que no sean desahogos y que esté bien escrito.

Claro, no todos en esta zona de los medios son almas purísimas, sin pecado concebidas: los hay que tienen su propia agenda, sus propios intereses y su ambición personal: en esos casos corresponde al director y al editor del medio decidir si lo mantiene ahí o no.

La subsistencia de los medios depende del grado de su fortaleza, del respeto a sí mismos y de su solidez como empresas. Los medios deben ser entidades respetadas y fortalecidas por nuestro trabajo vigoroso y respetuoso de la verdad.

Y estos mismos medios deben contribuir, asimismo, a que cada uno de nosotros, que poblamos las redacciones, escribimos con nuestro nombre lo que pensamos o vemos o fotografiamos o damos la cara frente a las cámaras y la voz con ideas en los micrófonos, seamos estimulados y respetados.

Los adversarios de la libertad de expresión

Sin embargo todavía falta mucho por hacer, sobre todo en los estados de la República, en donde algunos gobiernos o políticos se involucran en los medios, o los presionan, con la filosofía que ya les relaté antes.

Los periodistas tenemos que lidiar con las malas caras de los gobernantes, a veces también con los dueños de algunos medios y ahora se nos aparece de pronto un adversario rudo, en contra de las libertades; uno que va al extremo y que ha configurado una nueva fisonomía al quehacer periodístico en muchos estados de nuestro país.

Es el de la violencia criminal. El que ha quitado vidas y ha silenciado a medios en regiones completas en donde hoy se ejerce el periodismo en tono de peligro y de miedo. En este mismo momento, hay héroes del periodismo que trabajan con temor, con incertidumbre, con miedo, pero también con valentía y coraje por decir lo que pasa. Ellos son periodistas en tiempo de guerra.

Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en el país de Belisario Domínguez y Francisco Zarco, “De 2005 a 2011 se han registrado 68 homicidios y 13 desapariciones. Durante el mismo periodo radicó 473 expedientes de queja, así como 21 atentados a instalaciones de medios, y ha emitido 20 recomendaciones por agravios”. Esto al 2 de mayo de este año.

La Relatoría para la Libertad de Expresión, de la ONU, publicó su reporte el 6 de junio pasado en el dice que de 2000 a 2010, en México fueron asesinados 66 periodistas otros 12 están desaparecidos. Después de esa fecha habría que registrar ocho muertes hasta 2011: o sea, 72. De ahí mismo, pero desde la UNESCO, en un informe del 4 de julio de este año, la directora general de la institución mundial Irina Bukova manifestó su preocupación por el número de periodistas asesinados en México y urgió a las autoridades para que ‘investiguen a fondo’ la muerte de 13 periodistas desde 2010, entre ellos mencionó al periodista oaxaqueño Ángel Castillo Corona.

Por su parte el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) que es una organización internacional con sede en Nueva York, EUA, dijo en mayo de este año que hay un notable “aumento de la violencia que sufren los medios de comunicación en México y la impunidad en los asesinatos de periodistas en ese país (…) El clima de violencia en México continúa escalando y las autoridades siguen sin enjuiciar a los responsables de los ataques a la prensa”, dijo Carlos Lauria.

Freedom House dice que “Por primera vez en casi treinta años, México está catalogado como un país en el que no existe la libertad de prensa”.

Y en todo esto, según la CNDH, Oaxaca es uno de los estados de la República con más afrentas a sus periodistas. Hasta 2010 hubo 41 periodistas agraviados (Informa Oaxaca Día a día-3-I-11). Luego, el 2 de marzo de este año se publicó que en los cinco años recientes, “siete periodistas y trabajadores de la prensa han sido asesinados en Oaxaca y ningún caso ha sido esclarecido (Informó Soledad Jarquín Edgar-2-III-2011 en e-Oaxaca.mx).

Así, pues, la Libertad de Expresión en México tiene dos enemigos inmediatos y un sedicente: los gobernantes del tipo de los que se endilgan el derecho de controlar a los medios por medio de las finanzas o controles físicos; algunos empresarios que mal entienden al periodismo –sin menoscabo de los muchos que sí lo entienden y valoran y estimulan- y los violentos, que a lo mejor están juntos y revueltos.

Junto a esto también debemos reflexionar que también puede darse el caso de periodistas que se involucran en asuntos que no tienen que ver con el ejercicio de su profesión.

Cada vez que ocurre una tragedia, los gobiernos federal, estatal o municipal encienden la luz roja y nos juran y perjuran que se harán las investigaciones pertinentes. Que nos cuidarán. Que nos protegerán. Que no entienden qué pasa pero que se hará justicia… Poco o nada, hasta ahora.

Hace unas horas, apenas, se conoció que la Comisión de Puntos Constitucionales aprobó reformas a la Constitución Política de México, para que las autoridades federales puedan conocer los delitos contra periodistas, que tengan por propósito impedir, limitar menoscabar el ejercicio de las libertades de información, expresión e imprenta (Párrafo Segundo, Fracción XXI, del artículo 73).

Suena bien. Pero lo que se tiene que hacer se pudo hacer hace tiempo, para garantizar la vida y la labor de todos los periodistas de México, sin excepción de medio, de fuente, de sección, de lugar, de condición o sexo.

¿Qué hacer por nuestra parte?

Esa es la función de reuniones como esta, en donde debemos poner en la mesa del diálogo nuestros problemas gremiales para buscar soluciones.

Por supuesto estas soluciones deberán estar encaminadas a garantizar la permanencia de nuestros medios de información, como también el salario digno de los periodistas.

Pero sobre todo, debemos mirar por la seguridad personal de cada uno de los periodistas, que incluye a aquellos que hacen tareas internas en los medios, así como la de su familia y su patrimonio. Y junto a esto, en el mismo nivel, debemos garantizar la libertad de expresión.

A lo mejor por dejadez o resignación, el público mexicano no exige respeto, por los medios ni por sus periodistas; no lo hace, por lo menos, de forma sistemática y organizada, como ocurre en otros países del mundo.

Al gobierno mexicano se le olvida su responsabilidad de cuidar y garantizar la integridad de todos. O bien, mira hacia otro lado para no cumplir con su obligación de cuidar en nosotros, por la los derechos constitucionalmente establecidos.

A veces da la impresión de que la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México se conforma con reportar agravios a periodistas, pero en realidad no ha conseguido que la impunidad se erradique o, por lo menos, que se aclaren las circunstancias en las muertes o desapariciones de periodistas. Sus informes no pasan de ser mediáticos y sus quejas no llegan a nada… o a casi nada… en lo que respecta a agravios a periodistas.

Hace poco la Secretaría de Gobernación y la CNDH firmaron un acuerdo y crearon una oficina para atender delitos contra periodistas: al momento no ha ocurrido nada y todo se quedó en querer y no alcanzar.

Así que, en un primer intento, yo pongo a su criterio que, como gremio, como grupo de periodistas, independientemente de nuestro medio o de a quién pertenece ese medio, o de nuestra ideología o circunstancia, hagamos un ejercicio de unidad para que, juntos, podamos buscar soluciones prontas y eficientes para garantizar nuestra integridad, nuestra seguridad y el libre ejercicio de nuestra profesión.

Que juntos, podamos encontrar formas de expresión en las que otros no atenten a nuestra dignidad y al respeto que nos debemos como profesionistas…

Que exijamos del gobierno federal, estatal y municipal el diseño de protocolos de prevención de riesgos a periodistas y medios de información en todas sus áreas;

Que no se nos den más diagnósticos sino propuestas que sean ejecutivas y eficaces, y que incluyan lineamientos anticorrupción y no a la impunidad.

Que cuando se integren comisiones de seguimiento a problemas específicos, se integren por periodistas o representantes de medios con probidad para ello.

Que existan investigaciones con resultados en los que se conozcan los móviles de cada caso de agravio o muerte, y quiénes son los culpables para que la ley se les aplique en todo su sano juicio.

Que, por nuestra parte, juntos elaboremos protocolos de seguridad para todos con base en los existentes en otros países (podemos observar con atención la “Prevención de riesgos a periodistas” de Colombia, por ejemplo)… de donde podríamos abrevar lo que nos acomode, de acuerdo con nuestras circunstancias, nuestras leyes, nuestra idiosincrasia.

Que busquemos apoyos reales, no solo mediante quejas que van al infinito, sino enlaces ciertos con, por ejemplo, los relatores de la ONU que elaboraron el informe en el que México queda muy mal parado en la materia; la UNESCO, Freedom House, Amnistía Internacional… y más; por supuesto sin dejar de lado que debemos exigir el cumplimiento de la ley en lo que respecta a nuestras garantías individuales, a nuestras libertades y a nuestros derechos como periodistas.

La CNDH y las Comisiones Estatales, deben ofrecernos la ayuda que necesitamos para garantizar la perpetuidad de nuestro trabajo y de nuestro ejercicio profesional en tiempos de crisis: en tiempos violentos…

Ya concluyo:

Y lo hago con la tarea que nos dejó el maestro Miguel Ángel Granados Chapa en su última columna periodística. En ella resume sus afanes, sus preocupaciones y el legado que nos apremia… Se los repito para que, como periodistas no lo olvidemos:

“Casi nadie entre los mexicanos todos, puede negar la terrible situación en que nos hayamos envueltos: la inequidad social, la pobreza, la incontenible violencia criminal, la corrupción que tantos beneficiarios genera, la lenidad recíproca, unos peores que otros, la desesperanza social. Todos esos factores, y otros que omito involuntariamente pero que actúan en conjunto, forman un cambalache como esa masa maloliente a la que cantó Enrique Santos Discépolo en la Argentina de 1945.

“Con todo, pudo cantarle. Es deseable que el espíritu impulse a la música y otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida, permitan a nuestro país escapar de la pudrición que no es destino inexorable. Sé que es un deseo pueril, ingenuo, pero en él creo, pues he visto que esa mutación se concrete

“Esta es la última vez en que nos encontramos. Con esa convicción digo adiós”.

Y, bueno:

Es por todos nosotros, compañeros, colegas, amigos: dialoguemos y encontremos puntos de coincidencia para seguir juntos nuestro camino, porque que es largo y azaroso, pero es, a fin de cuentas, el mejor camino que pudimos encontrar para ser felices y para ser libres.

Ponencia presentada en el 4º Encuentro de Periodistas Oaxaca 2011.