La Guelaguetza, privatización de una celebración popular

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Juan de Dios Gómez Ramírez / Binigulazáa AIPIN

 

Celebración de orígenes precolombinos, de carácter agrícola religioso, cuyos fines eran socorrer de manera festiva a la población pobre durante la canícula. Sobrevivió en Oaxaca como la Fiesta del Cerro, un convite popular. A mediados del siglo pasado, el gobierno se la apropia y la transforma en un espectáculo turístico, show folclórico donde los ausentes son ahora los oaxaqueños. El magisterio retoma el mismo modelo oficial en su “Guelaguetza Magisterial alternativa”, dejando de lado la esencia de sus raíces históricas y culturales.

 

La Gran Fiesta de los Señores

 

Las crónicas coloniales registraron en diversas regiones del México antiguo un Calendario de 365 días, Isa en zapoteco o Xiuhpohualli en náhuatl, el cual se divide en 18 “meses” de 20 días cada uno más un breve lapso de 5 días: Cada “mes” estaba dedicada a cierta divinidad, asociada a cada fase del ciclo agrícola, sustentada en el cultivo del maíz, el frijol y la calabaza, base material del desarrollo de la sociedad prehispánica.

 

El octavo “mes” se llamada en lengua náhuatl Hueytecuhihuitl o “Gran Fiesta de los Señores” y se iniciaba el 19 de julio. La fiesta era considerada como una de las de mayor solemnidad e importancia. En ella se veneraba a Xilonem, divinidad femenina con la advocación virginal de la flor del maíz, era un culto a la fertilidad agrícola y humana. (Torre. 8-79)

 

A finales de julio la planta está dando flor o jilote y echando espigas, pero no es comestible. Este periodo puede coincidir con la canícula, la época del año más calurosa y seca, con una duración de entre 20 a 30 días sin llover. Es la fase de crecimiento de la milpa de incertidumbre, pues la sequía puede prolongarse unas semanas y los cultivos se pierden.

 

La celebración a Xilonem, es una fiesta propiciatoria para solicitar las lluvias y lograr buenas cosechas. En aquel entonces, los gobernantes, los comerciantes ricos y agricultores prósperos hacían ofrendas, en forma de grandes convites al pueblo. Pues era el período donde las cosechas del ciclo anterior empezaban a escasear y así se evitaban hambrunas entre la población más vulnerable.

 

El cronista Juan de Torquemada refiere que hombres y mujeres con sus más ricos vestidos y enjoyadas se reunían en las explanadas de los templos de esta divinidad, donde al compás de la música bailaban juntos y cantaban. Las mujeres llevaban el pelo suelto sobre los hombros y las espaldas, representando a la mazorca de maíz tierno cuando suelta sus hebras delgadas sobre la envoltura del jilote cubriéndolo, pues se consideraba que mientras más hebras tuviera y más largas era señal de tener más granos de maíz, con el propósito de que el pueblo no padeciera de alimentos. (Torquemada. P.269-71)

 

El convite se realizaba después de mediodía, ofrecían en las plazas públicas a todos los asistentes, tamales y agua de chía con pinole durante varios días. El que repartía daba a cada uno lo que pudiera caber en sus manos; cuentan los cronistas, que si alguien trataba de tomar nuevamente y era sorprendido, se le golpeaba con una vara duramente y se le quitaba lo que había recibido y se retiraba sin nada.

 

“Ocho días duraba este convite que hacía el señor a los pobres, porque cada año en ese tiempo hay falta de mantenimiento… en este tiempo solían morir muchos de hambre. Acabado el convite, comenzaba luego la fiesta; comenzaban luego a cantar y a bailar, hasta que se ponía el Sol, en el patio de los templos, donde había muchos braceros, altos y gruesos que apenas dos personas podían abrazar, estaban en hilera muchos de ellos y al anochecer le encendían fuego y a la luz de las llamas cantaban y bailaban. Para comenzar el areito salían los cantores de las casas que eran sus aposentos, en orden cantaban y bailaban de dos en dos los hombres y en medio de cada dos hombres una mujer.” (Sahagún. P. 179-86)

 

El cronista describe con mucho detalle los diferentes tipos de tamales que se ofrecían a los convidados. Lo mismo describe con mucho detalle las características de los diferentes vestidos que lucían las mujeres y los hombres quienes generalmente se habían destacado como valientes guerreros. De todo ello podemos inferir que era una celebración al maíz, alimento que sustentó el florecimiento y esplendor de las culturas mesoamericanas,

 

Fiesta del Cerro, reminiscencia prehispánica

 

Algunas celebraciones prevalecieron después del sojuzgamiento militar español de manera subrepticia en la propia religión impuesta. La corrupción de las autoridades civiles y el clero, lejos de los ojos del Rey y su corte, permitió la sobrevivencia de ciertas creencias y prácticas de la antigua sociedad mesoamericana. En la región de Oaxaca, estas ceremonias se sincretizaron en el catolicismo prevaleciendo hasta el presente, a pesar de la violencia empleada para prohibirlas.

 

Se tienen testimonios y registros, que durante la colonia y en el siglo XIX, los pueblos zapotecos de los Valles Centrales celebraban la Fiesta del Cerro, en el mes de julio, donde la gente subía a los cerros cercanos a la comunidad a realizar ofrendas y celebraciones festivas para propiciar las lluvias y con ello garantizar las cosechas.

 

La ciudad de Luula hoy Oaxaca, fundada desde 1,500 años a.C., al pie del el cerro del Fortín, no fue la excepción. Esta pequeña elevación fue el sitio propicio para las celebraciones, que por la cristianización debió haberse prohibido, adoptando el nombre de Fiesta del Cerro y asociándola con carácter pagano a la celebración a una virgen, la del Carmen. No se tiene registro desde cuándo fue establecida el tercer lunes de julio y su octava el siguiente lunes, es decir ocho días después, como menciona el cronista Sahagún.

 

Con el paso del tiempo, la Fiesta del Cerro o Lunes del Cerro, trascendió a la población mestiza y criollas, quienes se fueron integrando a esta festividad. Ya en el siglo XX el Lunes de Cerro en el Fortín era la fiesta anual de los habitantes de la ciudad de Oaxaca, adoptando por costumbre, ir por la mañana a la celebración religiosa del templo del Carmen Alto, para después subir con la familia al cerro y permanecer hasta que el sol se iba poniendo.

 

En la explana que había en el cerro, llegaban bandas de música, marimbas, cantantes acompañados de guitarras y los asistentes participaban bailando. Las familias subían con alimentos elaborados y sobre un petate se sentaban a comer, invitando a amigos y conocidos a compartir los alimentos, estos se acompañaban de pulque, tepache o mezcal. Por la tarde, se dice, era costumbre que siempre caía un aguacero.

 

En Tlacochahuaya, a unos 23 kms de la ciudad de Oaxaca, donde aún prevalece la lengua zapoteca, sus habitantes y comunidades circunvecinas continúan celebrando la Fiesta del Cerro. Después del mediodía, las familias se dan cita en el Cerro León, donde se tiene habilitado una explanada en su cumbre. La celebración se inicia con la entrega de ofrendas a las autoridades municipales de la comunidad, por las agencias, colonias y municipios vecinos que asisten. Las ofrendas consisten en grandes canastos pizcadores llenos de tamales y frutas, así como aguas de frutas, cartones de cervezas y mezcal. La entrega es un acto solemne donde se desean parabienes para la comunidad y la celebración.

 

Las ofrendas se colocan alrededor del área donde se realizan danzas; las coreografías son preparadas exprofeso, algunas son chuscas y satíricas donde los integrantes del elenco sacan a bailar a las autoridades y a los asistentes. No hay bailables tradicionales “porque eso no es lo nuestro, lo impusieron los curas para sustituirlas por nuestras danzas originales” refiere el profesor. Moisés García director de la Casa de Cultura de Tlacochahuaya. Las autoridades ocupan una mesa especial y atrás de ellos se ubican sus esposas. Al iniciarse la música y las danzas, las señoras apoyadas por los topiles, inician la repartición de los alimentos y bebidas a todos los asistentes como dones que se comparten.

 

Guelaguetza oficial, ofrenda a las empresas turísticas

 

El hallazgo de la tumba 7 en Monte Albán, a principios de enero de 1931, representó un boom de la arqueología mexicana, convirtiendo a Oaxaca en un centro de interés turístico a nivel mundial. Coincidiendo que en el mes de abril de ese año la ciudad cumpliría 400 años de ser erigida por los españoles, el Gobierno del estado dispuso realizar una celebración donde se daría realce a la cultura indígena, para estar a tono con la política posrevolucionario, reviviendo y revalorando lo indígena. El programa contempló un evento cultural en la explana del cerro del Fortín y otras actividades que denominaron “Fiesta Racial”.

 

Esta festividad contempló un desfile de señoritas de “la sociedad” que lucían vestidos de diferentes pueblos indígenas. Algunas danzas que mantenían los pueblos que en su mayoría habían sido modificadas de las prehispánicas y montadas por sacerdotes evangelizadores con música europea (sones, valses, jarabes, chotis, etc.). A finales de los años 50, los empresarios que incursionaban en el turismo, hoteleros y restauranteros, a través del Gobierno del estado, que eran ellos mismos, decidieron tomar las fechas del Lunes del Cerro, para montar este espectáculo, ahora con fines netamente turísticos, cambiándole el nombre por el de “Guelaguetza”.

 

El término Guelaguetza, tiene raíces zapotecas, que junto con la “gozona” o la “mano vuelta” son instituciones indígenas de solidaridad y apoyo mutuo, que funcionan en sociedades sometidas colonialmente y perviven como mecanismo de resistencia cultural. Sin embargo está festividad, solo retomó el nombre, pues los únicos que aportan su Guelaguetza son los grupos de danzantes quienes no reciben nada a cambio de quienes se benefician de esta festividad, los empresarios hoteleros, restauranteros, acaparadores de artesanías y transportistas, quienes obtienen importantes ingresos económicos por el flujo turístico, sin devolver su Guelaguetza a las comunidades indígenas participantes.

 

Para ello crearon un Comité de “Autenticidad” con los familiares de empresarios, ricos en dinero y en prejuicios raciales, pero miserables en conocimiento de cultura indígena de Oaxaca. Estos personajes deciden sobre el vestuario, las danzas, lo que se dice, con la idea de complacer al turismo extranjero. Un programa donde los “indios” rindan pleitesía a sus explotadores y dueños de sus destinos, una imagen del indio colonizado pero feliz.

 

A finales de los años 70s, se construye el auditorio “Guelaguetza” y a partir de ese momento se comienza a cobrar la entrada, aumentando el precio año con año, hasta convertirlos en inaccesible al pueblo oaxaqueño. Convirtiéndolo en un espectáculo exclusivamente turístico, pero promocionado como “La máxima fiesta de los oaxaqueños”. Durante la década de los años 90s se añade una segunda función en ambos lunes y en el 2018, el área superior de las gradas del auditorio, que habían permanecido con acceso gratuito al público, se empiezan a cobrar.

 

Los precios de los boletos van de los 800 a 1 mil 500 pesos y desde algunos años atrás la Secretaria de Turismo, organiza una “preventa” de boletos en el mes de marzo. En ésta, el boletaje es acaparado por agencias de viajes, hoteleros y revendedores; donde se apartan los sitios mejor ubicados para observar el espectáculo. Cuando los boletos salen a la venta al público, son pocos y están en los lugares más alejados del escenario. Algunas empresas turísticas solo los venden en “paquetes”, es decir incluyendo el hospedaje o la renta de vehículos. Sin embargo, a unos días del evento, los boletos se empiezan a revender por particulares entre 3 y 4 mil pesos.

 

Guelaguetza Magisterial, alternativa acrítica

 

Es bien sabido por los oaxaqueños, que quienes preparan a las delegaciones de bailarines para la Guelaguetza oficial, en muchos casos, son profesores miembros de la sección XXII del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación SNTE. En el 2006 el gobierno del Estado reprimió el plantón que sostenían los profesores de este sindicato y éste hecho dio pie a la conformación de la Asamblea Popular de Pueblos de Oaxaca APPO, para exigir la destitución del gobernador, entonces se decidió impedir la realización de la Guelaguetza oficial, toman el auditorio, causando destrozos que impidieron materialmente la realización de dicho evento, quedando cancelado.
Sin embargo la Sección XXII decide organizar una Guelaguetza “Alternativa” en el estadio del Instituto Tecnológico de Oaxaca. Sin ningún cuestionamiento del formato de la Guelaguetza oficial, los organizadores retoman todo el modelo; se permite el acceso libre a los asistentes y sólo se modifica el discurso oficial por uno “combativo”. Se permite que en la entrada principal del estadio se instalen puestos de comida, artesanías y un sinfín de productos. Lo cual representa importantes ingresos para los organizadores, quienes se ahorran los programas de mano del evento, así como las medidas de seguridad en caso de alguna eventualidad.

 

La Guelaguetza se programa a las 10:00 am, empezando generalmente una hora después; el público espera desde muy temprano para apartar buenos lugares, bajo el intenso sol de la canícula. El inicio del evento da paso a una prolongada presentación de dirigentes magisteriales e invitados de organizaciones sociales “en lucha” y después de los discursos exigiendo la derogación de la Reforma Educativa, inician con el desfile de las delegaciones de bailarines y posteriormente vienen los bailables, haciendo énfasis en los rituales católicos (bodas, mayordomías, etc.) paseando imágenes de santos, vírgenes y Cristos, a pesar de que la educación es laica y la dirigencia magisterial se reivindica de “izquierda”.

 

No se habla del contexto histórico de la Guelaguetza, de sus antecedentes como las Fiestas del Cerro o del proceso de privatización de esta festividad popular, ni de su carácter como una institución indígena de origen prehispánico de solidaridad y ayuda recíproca. Todo se remite a un espectáculo folclórico. El público se ve constantemente obstruido por los vendedores ambulantes de semillas, refrescos, botes de aguas, comida, sombreros, sombrillas, Etc., todos ellos deambulan sin orden entre las gradas, pregonando sus productos sin consideración a lo que pueda estar sucediendo en el escenario. Los baños se llenan de papel higiénico usado y basura, la falta de agua hace que emanen olores fétidos por todo el entorno, los pasillos se ven saturados de puestos de mezcal, playeras, aguas, etc.

 

Los encargados de hablar en el micrófono oficial jamás se refieren a la venta y siembra de maíz transgénico autorizado por el gobierno o del daño que las empresas mineras están provocando al medio ambiente y a los cultivos en las comunidades de donde provienen las delegaciones de bailarines. Tampoco hacen referencia al daño por consumir alimentos chatarra y refrescos de empresas trasnacional que son los que se ofrecen en venta. No prevalece ningún criterio “alternativo” todo es consumismo desmesurado.

 

Cuando el Sol llega al cenit, mucho antes de que el programa termine, los asistentes muestran aburrimiento ante los reiterativos discursos políticos de los presentadores y comienzan a abandonar el estadio en oleadas, dejando a los esforzados danzantes bailando para unos cuantos que aún están en alguna sombra o todavía esperan ver a sus familiares salir al entarimado. Afuera, en la entrada, el grueso del público está en la vendimia, comprando playeras, mezcal o chucherías, otros botanean y beben cervezas en los comedores improvisados, carentes de higiene, entre indigentes y perros callejeros.

 

Todo el esfuerzo de las delegaciones de bailarines y músicos, que viajaron 6 u 8 horas para presentarse un instante se ve desairado por la desorganización y un acrítico concepto de “alternativo”. Aquí también son los artistas los únicos que verdaderamente dan su Guelaguetza, sin recibir nada a cambio, contradiciendo lo que establece la costumbre.

 

Eso sí, con ello se logra aminorar la presión social hacía la Guelaguetza oficial, cuyos precios son prohibitivos para el pueblo, donde el gobernador y sus amigos se regodean presidiendo la “máxima fiesta de los oaxaqueños” sin oaxaqueños. Así, nadie se cuestiona de una celebración popular como La Fiesta del Cerro haya sido privatizada por la clase política-empresarial, convirtiéndola en una Guelaguetza, despojando de su verdadero significado para ofertarla como una marca comercial que sí se vende.