Caprichosos cambios a la Guelaguetza

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Los experimentos en la fiesta de julio en el Cerro del Fortín no son novedad. La incorporación de delegaciones siempre se ha dado, si bien en la mayoría de los casos han sido fugaces, ensayo-error que se retira al siguiente año. Salvo aquellos que no ponen en evidencia el atraso de la entidad. Es el caso de Ciudad Ixtepec reincorporada en el sexenio de José Murat, o de Huatulco fabricada con Cué. Ciudad Ixtepec estuvo presente en el Homenaje Racial de 1932, como que el entonces gobernador, “Chico” López Cortés, fue oriundo de ese municipio. También estuvieron Juchitán y Tehuantepec, por la región del Istmo. 

 

Desde el principio, con el Homenaje Racial se realizan creaciones artísticas y musicales ex profeso para esa fiesta: Lezama Lima cita la crónica del domingo 24 de abril de 1932 donde relata que el Comité de Festejos tenía “una lista de composiciones inéditas, debidas a autores mixes y escritas exclusivamente para el IV Centenario de Oaxaca”.

 

Hay también innovaciones, recreaciones de calidad artística que llegaron a reforzar el espectáculo: el bailable Flor de Piña y el Jarabe Mixteco, ambos al menos con notorias influencias de otros bailes, el primero del Can Can interpretado también sólo por mujeres, no por nada al ser el más occidental es el que más gusta al público en el Cerro del Fortín.

 

Flor de Piña se introdujo en 1958 por acuerdo del gobernador Alfonso Pérez Gasga, para dotar a Tuxtepec de un bailable con características oaxaqueñas y dejara de traer el folclor veracruzano. Previamente el gobierno encargó al eminente músico del valle, Samuel Mondragón, la partitura Flor de Piña. La profesora Paulina Solís Ocampo, oriunda de Tuxtepec, hizo la coreografía.

 

El segundo, el Jarabe Mixteco creado en 1922, hermano del Jarabe Tapatío, tiene una estructura antropológico animista, a tono con las creaciones nacionalistas de la época. Su creación antecede diez años al Homenaje Racial, participó en 1932; en el Lunes del Cerro de 1951 y en la Guelaguetza de 1959. De Francisco Cipriano Villa Hernández y Antonio Martínez Corro, con pasos de las tres mixtecas: poblana, guerrerense y oaxaqueña; con 7 sones y 14 pasos.

 

En los últimos años se intensificaron los cambios. Además de las regiones “elegantes”, han participado en la Rotonda de la Azucena pueblos humildes como los huaves de San Mateo de Mar o los tacuates de la Mixteca, no volvieron. Los últimos ataviados con sus taparrabos, en el sexenio de Heladio Ramírez a instancias de la indigenista Carmen Cordero de Durand.

 

También han venido los negros de la Costa con sus bailes de la Artesa; los ixcatecos con su baile La borrachita y Na´ Puta Chichi. El año pasado Loma Bonita trajo un baile jarocho, lo que ya se había solucionado con Flor de Piña en 1958.

 

Se intensifica la mixtificación

 

Hace más de 10 años la mixtificación de la fiesta se intensificó, la inclusión de nuevos municipios sin justificación, sin propuesta y la expulsión igualmente arbitraria de otros arruina lo que fue el espectáculo folclórico más grande de América.

 

Prescindir de Juchitán podría entenderse por los absurdos que ha traído: la “cumbia juchiteca” y cartones de cervezas en 2017. Pero no se entiende que sacaran a Tehuantepec pues desde hace años ha dado una impecable presentación de sones y bailes del Istmo.

 

En los años 80 se incluyó a Juquila a instancias del influyente político Zorilla Cuevas, ésta no desmereció en nada; también la presencia de los negros de la Costa fue ilustrativa y hasta didáctica por la importancia de la llamada tercera raíz del mestizaje. Los cambios de esos años no eran desenfadados como los actuales. Empero, no todos se sostuvieron.

 

Durante casi 87 años, la fiesta ha tenido cambios en su programa. El gobernador Pérez Gasga le puso mucha atención a la fiesta, desde su primer año instituyó la participación de la delegación de su natal Pinotepa Nacional. La que a mediados de los años 60 se reforzó con la inclusión de la chilena de Álvaro Carrillo.

 

Sería largo mencionar todas las buenas innovaciones a la fiesta, pero más lo sería de las inclusiones negativas. Ya se han mencionado algunas, lo que evidencia la escasa información y autoritarismo de los organizadores.

 

Desde hace años los conocedores han dicho que la Guelaguetza “se ha tornado aburrida, monótona y hasta de choteo”. La inclusión de dos delegaciones de una misma región en una función. Este lunes 22 por la mañana programaron a dos por el Istmo: Chicapa de Castro y Comitancillo; 3 de los Valles, Oaxaca, Zaachila y Ocotlán. En la última función habrá 3 de la costa. Repeticiones que aburren y alargan la de suyo extensa función.

 

En 2015 un ex integrante del Comité de Autenticidad declaró a En Marcha: hay “presión de grupos políticos y autoridades municipales que solamente por querer una participación entran a la Guelaguetza, más que por su calidad o belleza e sus tradiciones”. (En Marcha núm. 185. Julio de 2015, pag. 15).

 

Delegaciones, calidad no cantidad

 

La busca de clientela política deteriora la fiesta, desde el gobierno de Gabino Cué declararon haber crecido de 36 delegaciones a 56, cual si fuera un asunto de democracia, de cantidad; se trata de un espectáculo artístico que sólo requiere calidad.

 

En esta Guelaguetza 2019 anunciaron 52 delegaciones. Cuatro menos, pero en una caprichosa rotación de municipios cuyos habitantes mismos han dicho “que hace Comitancillo ahí”, o “qué hace Huatulco”. Veremos que lleva San Francisco del Mar, toda vez que el pueblo huave más conservador de sus tradiciones y bailes de la cueca es San Mateo.

 

Las exclusiones más notorias por injustas fueron Tehuantepec, Yalalag y San Melchor Betaza. La autoridad municipal de este último emitió un duro comunicado de inconformidad.

 

Es clara la falta de conocimiento de la historia de la Guelaguetza, por parte, no del prescindible Comité de Autenticidad, sino del “Consejo de Participación Intersecretarial” que es el que decide, integrado por las secretarías de Turismo, Cultura y Economía. Con funcionarios que ensayan lo superado como en el Papaloapan; improvisan delegaciones y toman decisiones arbitrarias.

 

Cierto, quien no conoce la historia está condenado y condenada a repetir los errores.