Otra de Belcebú Santos y su acólito Robagrino
Belcebú había entendido la lección, sin embargo, lo que nunca se le quitó fue lo mentiroso, por lo que Robagrino le sugirió una excelente estrategia: le ataría una cuerdita a sus bolitas bajo las faldas y cuando hablara de la palabra del Señor en el templo, si mentía, su acólito, desde atrás del estrado, le jalaría para que el Pastor se condujera con la verdad. Así lo hicieron.
Un domingo, Belcebú Santos, hablaba del Pecado original.
“Entonces el Diablo se le acercó a Eva transformado en una serpiente como de diez kilómetros de largo…”. Entonces, muy atento, Robagrino le jaló tantito a la cuerda atada a los tenates del Pastor, al sentir el dolor dijo:
“Bueno, tal vez estoy exagerando… más o menos mediría como unos cinco kilómetros de…”. Robagrino le jaló un poquito más fuerte.
“Ejmm… digo, como unos cuatro kiló…”, un nuevo tirón.
“Es decir, como tres ki…”, nuevo jalón desde el fondo. En ése momento, por detrás del templo llegó angustiada la novia de Robagrino, quien le preguntó por el dinero que guardaban en una valija y que no encontraba.
—¡Pero si ahí estaban los veinte millones que me quedaban del Ayuntamiento! —exclamaba también alarmado Robagrino, al tiempo que jalaba y jalaba sin control de la cuerdita amarrada a los coyolitos de Belcebú.
Mientras tanto, completamente arrebatado por el dolor, casi casi en estado de Gracia, Belcebú Santos se retorcía mientras hacía un gesto con los dedos índice y pulgar y gritaba:
—¡Que me quemé en el Infierno si no era así el piche gusanito que tentó a Eva!