Gerardo Nieto
El proceso que está en curso y que debe culminar el próximo 1 de julio es simple porque la división de las élites, entre otros factores, permitió al abanderado de la izquierda social crecer exponencialmente, mientras los dos candidatos de derecha se enfrentaban entre sí; es un proceso excepcionalmente complejo, porque los factores reales de poder involucrados, aunque definidos políticamente, no están en condiciones de controlar las múltiples variables de la sucesión y, menos aún, de fijar límites a grupos económicos, facciones políticas y camarillas de todo tipo que, bajo sus lecturas de la realidad y con agenda propia, apuestan desde hace tiempo, a las acciones directas en política. En este contexto, la incertidumbre acompaña el proceso político.
Un primer elemento para comprender la sucesión presidencial mexicana es Ricardo Anaya. El establishment eligió a José Antonio Meade como abanderado del régimen. La hoja de ruta era sencilla: convertirlo en candidato del sistema. Pero en el camino, se atravesó Ricardo Anaya, con su intención de construir el otro consenso: el de las élites inconformes con el peñismo. No fueron pocos los barones del dinero y políticos de todas las filiaciones que creyeron en su proyecto. Ofreció lo mismo que Meade, pero más barato. Esto es, sin corrupción y sin impunidad, aunque su propia hechura como político cayera en las zonas oscuras del sistema.
Anaya, benefactor de la izquierda
No hay nada en esta elección que beneficie tanto al candidato de la izquierda social como la irrupción de Ricardo Anaya en el escenario. Neutralizó a José Antonio Meade y desdibujó su proyecto; sin embargo, aunque Anaya es partidario del actual modelo económico y de las reformas que privatizaron los lucrativos nichos de la exploración y la explotación del petróleo y la energía, cometió un error que le costó el veto de la esfera del poder: amagó a Enrique Peña Nieto y dejó abierta la posibilidad de encarcelarlo si eventuales procesos por corrupción lo llevaban a rendir cuentas. Junto con su polémica biografía, el cóctel que le impidió la generación del otro consenso, lo sirvió el propio Anaya. A temprana hora del proceso, se mostró de cuerpo entero: un político sin escrúpulos, sin lealtades y con una ambición desmedida.
Ricardo Anaya leyó mal las cosas y se olvidó de algo elemental: el presidencialismo mexicano es un fenómeno actuante, vigente y más vivo que nunca. Nadie con dos centímetros de frente habría optado por amenazar a Peña Nieto. Lo hizo Anaya hace un mes y medio y lo volvió a hacer el pasado jueves 7 de junio, al responsabilizar al Presidente de la República de su seguridad y la de su familia. Si en la esfera del poder había dudas sobre la definición que el Presidente tomó de cara a la elección presidencial del 1 de julio, esas dudas se desvanecieron por completo cuando Anaya volvió a amagar a Peña Nieto.
La sobrerreacción de Ricardo Anaya luego de hacerse públicos los videos del hermano de Manuel Barreiro, afirmó la posición del Presidente por su Tercera vía: la de apostar por la inercia del proceso y dejar que el orden de las cosas acabe por acomodar los resultados de la elección presidencial. Esa Tercera vía presidencial es una clara definición política. Para efectos prácticos, Peña Nieto ya decidió. Y, lo hizo, en función de los errores de Ricardo Anaya.
La alternancia de izquierda que anticipa el proceso de sucesión presidencial tendría en Ricardo Anaya, a su principal factor de contribución: su candidatura erosionó el bloque histórico de la derecha mexicana, vigente desde el periodo de la reforma económica salinista; su amago a Peña Nieto impidió cualquier arreglo político sin el cual es imposible arribar al poder en México. El mejor ejemplo de esto último es el consenso de factores reales de poder que le dan la bienvenida, en el terreno de los hechos, al candidato de Morena. Sin acuerdo entre las élites de este país, no hay ninguna posibilidad de que alguien llegue a Palacio Nacional. En este sentido, la ruta de confrontación que elige hoy Ricardo Anaya, rompe con la lógica del proceso político. Anaya asume su papel de rupturista, pero su genética lo traiciona: es parte de las élites del sistema.
División del empresariado
Un segundo elemento para explicar y entender la sucesión presidencial es el empresariado mexicano. Los hombres del dinero de este país no son un cuerpo monolítico. En el pasado, su contribución al veto de sistema contra la izquierda social fue absoluta. Con recursos y acción directa, contribuyeron en 2006 a encumbrar a Felipe Calderón en la presidencia de la República. El bloque que lograron edificar para impedir que el abanderado de la izquierda llegara a Los Pinos fue determinante en la forma en que finalmente aterrizó ese proceso de sucesión presidencial. El mensaje de entonces, que se replicó en 2012, fue que la izquierda social en México podía llegar a donde quisiera – Congreso de la Unión, congresos estatales, gobiernos de las entidades de la República y de la Ciudad de México, alcaldías, etcétera-, menos a la Presidencia de la República.
¿Qué cambió en 2018? La consistencia del bloque histórico de derecha. Es decir, la cúpula empresarial se dividió. Por un lado, los empresarios que siguieron el ejemplo de Alfonso Romo, los menos, que respaldaron abiertamente la candidatura del abanderado de la izquierda social; por otra parte, los magnates que apostaron desde el principio por Ricardo Anaya y los que emigraron hacia la zona de influencia del panista cuando vieron que José Antonio Meade no repuntaba; y, finalmente, los empresarios fieles a la causa del candidato priista y leales al Presidente de la República.
A dos semanas de que concluyan formalmente las campañas, el candidato de Morena tiene más respaldo empresarial. Su reunión con el cónclave del Consejo Mexicano de Negocios, impensable en otro tiempo, acredita un amplio significado político, que se puede traducir simple y llanamente, en la aceptación de los barones del dinero en el eventual triunfo del candidato de la izquierda social.
El nuevo dirigente de la Concamín, desde Los Pinos, confirma que esa Cámara trabajará con quien el pueblo elija. Lo mismo dice el presidente del Consejo Coordinador Empresarial. Aún entre los magnates del Consejo Mexicano de Negocios las posturas después del encuentro con el candidato presidencial de Morena se reducen a filtrar sus versiones a la prensa con una velada intención de hacer daño por el lado de las inconsistencias en la narrativa del líder político de izquierda.
Televisa y Tv Azteca, con la izquierda
Con matices, Televisa y Televisión Azteca, brindan un trato inusitado al abanderado de la izquierda social y dan una inusual cobertura al video del hermano de Manuel Barreiro que describe la forma en que presuntamente se lavó dinero con destino final a la campaña de Ricardo Anaya. Televisa le dio a la nota ocho minutos en su noticiario estelar la noche del jueves 7 de junio.
Los empresarios resintieron la Tercera vía del Presidente. Al mantener Enrique Peña Nieto a José Antonio Meade como su candidato, el primer mandatario envió un mensaje inequívoco a los magnates mexicanos: no habría unidad del sistema alrededor de Ricardo Anaya. Jugar con él en la sucesión, sería por cuenta y riesgo de los barones del dinero. Algunos decidieron correr el riesgo, pero la mayoría comenzó a procesar la inevitabilidad del triunfo del candidato de Morena. Pese a las definiciones base de la institución presidencial y de la dividida élite empresarial, el proceso quedó sujeto a las variables sin control, en un contexto en el que el caos, la violencia y el conflicto soterrado, anuncian el advenimiento de escenarios extremos.
Violencia y crimen organizado
Un tercer elemento para comprender la sucesión presidencial en marcha son las variables sin control. La proliferación de la violencia común y la del crimen organizado, es característica fundamental del interregno mexicano 2000-2018. Una crisis que costó la presidencia de la República, entre otros factores, a Felipe Calderón y que junto a la corrupción y a la impunidad, llevan a un escenario de alternancia fundacional en el 2018.
La estrategia oficial para enfrentar ese flagelo fue la de descansar toda la acción del Estado en las fuerzas armadas: cuerpos de policía, Instituto Armado y Marina. Hay estudios que demuestran el crecimiento exponencial de la violencia en aquellas regiones y entidades en las que se despliegan los operativos de la Policía Federal, el Ejército y la Armada de México. (Véase, Escalante Gonzalbo, 2011).
Las variables sin control de la crisis en el ámbito de la seguridad implican reconocer los riesgos por los que atraviesa la elección presidencial, que se elevan por el grado de estridencia en el discurso político. Es, muy grave, por ejemplo, que en este contexto, un candidato presidencial responsabilice al Presidente de la República, de lo que le pueda ocurrir a él o a su familia. Y, lo es, porque ni la institución presidencial en México puede, en las condiciones del presente, garantizar un clima de paz para el desarrollo de la campaña, en la parte alta del ciclo político en curso.
Los elementos sin control de esta crisis, exigen medidas drásticas de seguridad alrededor de todos los aspirantes presidenciales y, quizá, hasta modificar esquemas y ritmos de campaña. Pero eso no va a ocurrir. Entonces, estas variables tienen el potencial de llevar el proceso político mexicano a sus propios linderos. Una zona que bien podría aprovecharse por las fuerzas oscuras de un sistema político en decadencia.
Desde hace tiempo, México se convirtió en laboratorio político de experimentos extremos. Hay fuerzas que, desde los sótanos del poder apuestan a descarrilar todo el proceso de sucesión presidencial y, por esa vía, abrir las puertas del país a una gobernabilidad sujeta al factor militar.
Fuerzas clandestinas de Estado
Un cuarto elemento de la actual sucesión presidencial está, justamente, en las fuerzas oscuras del sistema. Todo sistema tiene estas fuerzas que actúan para que “arriba” funcionen las cosas, mientras ellas, “abajo”, en los sótanos, “arreglan” los desperfectos. Un principio de esa naturaleza trató de justificar la guerra sucia contra las guerrillas mexicanas en los años setenta y principios de los ochenta; también sucedió en la España del dictador Francisco Franco y ya entrada la transición democrática en ese país. La guerra sucia fue contra ETA a través de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación). Una violencia clandestina de Estado en la que toda responsabilidad se diluyó bajo el esquema del No saber, porque las piezas del rompecabezas no las tenía nadie en particular, sino que estaban diseminadas en las zonas oscuras de la estructura del sistema y del aparato de gobierno.
Esas fuerzas oscuras actúan motu proprio. Sus creencias ideológicas o políticas son el motor de su movimiento. También, pueden tener como incentivo el dinero. Entonces, son fuerzas que no traspasan el umbral de los grupos mercenarios.
Con todo, la sucesión presidencial mexicana mantiene su doble condición: es simple de entender si se parte del papel que juega la candidatura de Ricardo Anaya como factor absolutamente disruptivo para consolidar un solo frente político propio del bloque histórico de la derecha mexicana. Es una sucesión excepcionalmente compleja, si se reconoce que hay muchas variables sin control y que hay fuerzas que apuestan, por la vía de las acciones directas en política, a descarrilar el proceso para llevar al país a un escenario de gobernabilidad sujeto al factor militar.
Referencias
Escalante Gonzalbo, Fernando (2011), La muerte tiene permiso. Revista Nexos. México, enero 2011.
López Narváez, Froylán M. (2018), Vivir el día. Milenio. México, junio 10, 2018. p.-4.
Sánchez, Alejandro (2018), Contra las cuerdas. El Heraldo. México, junio 10, 2018. p.-2.