Gerardo Nieto / Resumen ejecutivo. AP 917
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador no se entiende sino en función de la gran alianza que se generó y que devino, entre otros factores, en una votación histórica del 53 por ciento de los sufragios. Esa alianza fue proporcional al tamaño del adversario que se enfrentó: el sistema. Entonces, no hay motivo para engaño: no hay ni habrá transición de terciopelo. La incompatibilidad de proyectos es absoluta.
Los factores reales de poder de ese sistema gozan de cabal salud. Y la muestra está en su sobrerreacción alrededor de lo que AMLO dijo en Nayarit sobre la bancarrota del país. Si pudieran, y en eso están, impedirían que el candidato de la izquierda social se siente en la silla presidencial. Entonces, no hay motivo para engaño: no hay ni habrá transición de terciopelo. La incompatibilidad de proyectos es absoluta.
En Brasil, el sistema vetó el regreso de Lula al poder. Está en la cárcel. El sistema en México está intacto. Ahí está el reto y el límite del nuevo gobierno. Actúan como dueños de la economía. Pueden trastocar los mercados y provocar inestabilidad financiera. Esto explica la cautela de la administración entrante. Pero no todos entienden este juego ni sus riesgos.
Alas reformistas y radical
En el entorno del Presidente electo, el ala radical apuesta por la construcción de un nuevo orden político. Lo quiere ahora. El ala reformista quiere gradualidad con cambios en la superficie. A esta última no le disgusta el modelo económico, sí la corrupción, sí la violencia, sí la impunidad. Andrés Manuel López Obrador está en medio de las dos alas: quienes quieren un cambio rápido y fulminante y, quienes están más bien por un revisionismo del Estado neoliberal. En la franja entre unos y otros, actúan los factores reales de poder de un sistema que no tiene incentivo para cambiar.
La construcción de la nueva República requiere identidad y definición del campo de conflicto. Cuatro actores explican el juego del poder, los riesgos y sus límites: 1) los ciudadanos que masivamente votaron el pasado 1 de julio y que se han desvanecido como movimiento. Esperan en lo individual casi un milagro que cure los males del país; 2) los demócratas reformistas. Muchos rodean a AMLO y otros más están en los diferentes sectores de la sociedad. Están atentos al tipo de cambio; 3) los partidos políticos de oposición: PAN y PRI, fundamentalmente, expresiones inacabadas del viejo autoritarismo del sistema; y, 4) la izquierda mexicana que viene de esa alianza amplia del pasado reciente. Frente a un adversario portentoso, se requería y se requiere mantener esa gran alianza desde el nuevo gobierno. ¿Se puede? Difícilmente. Este es el límite.
En las condiciones actuales, AMLO adelantó los tiempos: gobierna ya desde el Congreso. Pero la dinámica de la acción política es difusa. El ala de la derecha o reformista tiene su propia agenda. El ala más radical, no ha podido marcar los tiempos, pero insiste en que las condiciones están dadas para un cambio sin concesiones. Esta ala busca que la gran alianza alcance a campesinos y obreros, para terminar con el régimen. La lógica que los anima es la de buscar el mayor número de alianzas específicas en el menor tiempo posible; sin embargo, el riesgo está en una escisión temprana del lopezobradorismo.
Factores tradicionales de poder, intactos
Tocar los frágiles equilibrios que mantienen a flote al país llevaría al borde del colapso al nuevo gobierno. No tocarlos, mandará un ominoso mensaje a los sectores que están en espera de un cambio profundo en el corto plazo. El sistema, que permanece intacto, tiene el poder de articular una reacción que detone una crisis temprana que atente contra la viabilidad de la nueva administración. La coyuntura comienza a ganar terreno a un ciclo planeado del cambio. Nadie apuesta al suicidio político, pero esa vía involuntaria es uno de los riesgos.
La acción sociopolítica del cambio pasa por reconocer los déficits. Uno de ellos, que AMLO no tiene resuelta su relación con las fuerzas armadas. Una asignatura pendiente en un proceso atípico de transición. La distancia entre el Presidente electo y la cúpula militar se mantiene. Hay desconfianza entre los generales por la agenda de derechos humanos del nuevo gobierno. Ayotzinapa es un punto de quiebre. Una comisión de la verdad puede hacer evidente la ruptura.
El Presidente electo elege a los nuevos titulares de la Defensa Nacional y de la Marina de entre una lista que le presenten el general Salvador Cienfuegos y el almirante Vidal Francisco Soberón Sanz. AMLO no avanzó en este proceso bajo su propia ruta. Fue prudente; sin embargo, las fisuras están dadas: primero, por la desaparición del Estado Mayor Presidencial y, segundo, por las investigaciones en curso en casos como los de Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato, etcétera. Con el Instituto Armado no hay transición de terciopelo. Los proyectos son incompatibles.
El elemento de violencia se mantiene como vector transversal de la crisis. Todo lo cruza y todo lo vicia. Desde los cadáveres de Jalisco hasta los muertos de Garibaldi en la Ciudad de México. Es una violencia estructural producto de un régimen en etapa terminal, que, sin embargo, se niega a morir. El sistema como adversario formidable, que no desaparece y que está más vivo que nunca.
La guerra que viene, propiciar el desaliento
La cultura política en México sigue siendo una cultura vertical. Nada ha cambiado. La continuidad organizativa del cambio es uno de los retos políticos de la refundación. Morena no puede ser el vehículo. Su institucionalización no alcanza a llenar el espacio de la movilización. Será, lo es ya, un instituto políticamente correcto. Esto es, no se opondrá al nuevo establecimiento federal. No lo podría hacer. Es la herencia de la elección.
Lo que hay son dos herencias piramidales y una transición que se abre paso por el vértice. Pero no hay nada para nadie, con una distancia enorme que remontar para comenzar con el cambio real. Un cambio que debe ir más allá del discurso, que debe trascender la reforma a la administración pública. Un cambio que está llamado a tocar las entrañas del sistema. Es decir, los privilegios de las élites.
El conflicto es irresoluble. Nace de la incompatibilidad de proyectos. Entre AMLO y los magnates del país, hay un estado de guerra con una tregua que languidece cada día. Buscan que la economía derrote a la izquierda. Y la ecuación parece sencilla: sin elevar los impuestos, sin ampliar el techo de endeudamiento, el presupuesto no alcanza a fondear los nuevos proyectos y programas sociales prioritarios. La austeridad radical genera recursos, pero no los suficientes. Por esto, el juego de los magnates y de los jefes de camarilla política de régimen es el de alimentar al máximo las expectativas de la gente. Luego, alentarán sus reclamos. Los juegos de poder están en su apogeo. Marcan los límites y también sus riesgos, que son muchos.