Juchitán, del paraíso al infierno
Cuauhtémoc Blas
De verdad que no hace mucho, unas cuatro y media décadas, en que las casas de las orillas de las calles de Juchitán de Zaragoza no tenían bardas ni portones; los vecinos que vivían adentro de esas enormes manzanas, repletas de una red de callejones, pasaban hasta en medio de esas casas para dirigirse a sus hogares. Saludaban o decían provecho si la familia comía, y avanzaban. Entonces las relaciones sociales tenían un fuerte matiz familiar.
Cuando el ambiente cambiaba y se tornaba pesado, coincidentemente con el avance del alcoholismo, la introducción de la cerveza en cantidades colosales, las primeras casas de las orillas de las calles lograron colocar sus bardas sin mucho problema, no así las últimas en hacerlo, cuyas familias se confrontaron con aquellas que quedaban sin salida, encerradas en esas grandes manzanas.
Hubo pleitos y hasta muertos en la puja por no quedar encerrados, esa separación o recomposición social iniciaba la nueva realidad de la población, la culminación de la confianza extrema entre los vecinos, el ambiente cuasi familiar daba paso a la rivalidad entre los miembros de esa sui generis etnia zapoteca. La que, por otro lado, se adaptaba al desarrollo comercial capitalista de las nuevas épocas, sistema que se caracteriza por su agudo egoísmo e individualismo rumbo al éxito.