Los mayores problemas de Oaxaca, conflictos agrarios, políticos, municipales, familiares, de derechos humanos, religiosos se dan en sus pueblos más pobres. Estos pueblos coinciden con que son mayoritariamente indígenas, así como también los que se rigen bajo el conocido régimen de usos y costumbres.
Desde su creación, en la época de la Colonia con la jerarquía católica, este exaltado régimen surgió ligado al poder, subordinado al poder, lo cual no dejó de darse en épocas subsecuentes. En las últimas décadas del siglo pasado, antes de las reformas constitucionales de reconocimiento a los usos y costumbres de los pueblos, el partido que tenía bajo sus siglas a las autoridades elegidas en ese régimen era el PRI.
Con las reformas electorales los pueblos ya no necesitaban registrar a sus candidatos y autoridades con ningún partido. El PRI fue perdiendo de esa manera tanto ese alto número de ayuntamientos que inflaba el número de municipios con sus siglas hasta a nivel nacional, pues 418 ayuntamientos, que son los hoy reconocidos así en Oaxaca, no son pocos; también fue perdiendo ese partido el caudal de votos que ahí obtenía. El famoso voto verde del PRI, que en Oaxaca estaba mayoritariamente en esos pueblos, dejó de serle fiel. Las actuales cifras electorales revelan que no tiene ya ese voto verde, si bien siempre menor que los de las ciudades, importante en materia de competencia electoral.
Hoy los pueblos indígenas de Oaxaca, como los de otras partes de México y América, viven procesos inéditos, se enfrentan a despojos de todo tipo a manos de la incesante globalización económica de las empresas transnacionales. Despojados de sus tierras en el Istmo de Tehuantepec por la famosa industria de energía eólica. Una franja cada vez más grande que avanza del centro del Istmo, Juchitán-La Ventosa hacia la zona oriente. En la Sierra Sur, Zaniza señaladamente, aunque también en otros pueblos como Textitlán, la existencia de minerales ha despertado la codicia de empresas extranjeras, estadunidenses, canadienses y hasta chinas, siempre acomedidamente acompañados por empresas mexicanas que cumplen el rito de darles su matiz nacional.
La peligrosa y muy contaminante mina de titanio, material insustituible en esta era tecnológica, que se supo se ubicó en Pluma Hidalgo y de donde se extraía silenciosamente ese material, aún no se sabe si se escondieron más por esos rumbos. Algunos dicen que se encuentra en Chimalapas, esa especulación se da porque hay extranjeros trabajando en esa selva. Ningún país de primer mundo permite que se extraiga titanio en su territorio, por su alto grado de contaminación, por ello van a extraerlos a los países pobres. La novela de Jorge Amado, “Tieta de Agreste”, tiene como escenario un pueblo a la orilla del mar brasileño que se debate en el dilema de permitir o no la instalación de una de esas minas (Además de su rica trama erótica). Junto a la ocupación extranjera de estas tierras, también experimentan otro tipo de ocupación por parte de quienes las necesitan para sembradíos ilegales. Golpes por todos lados.
A todos estos nuevos grupos de ocupación que buscan la riqueza de esos territorios oaxaqueños es a quienes más conviene la desocupación de las mismas, la emigración por pobreza pero más aún por la violencia que se agudiza en las poblaciones. De nuevo el concepto de que “el mejor indio es el indio muerto” ha cobrado vigencia. Estorban en los proyectos de globalización económica.
Bajo este nuevo escenario, los costumbristas intelectuales indigenistas, por cierto bien tratados por sus servicios a los gobiernos estatales, prosiguen con sus rebasados conceptos de suyo siempre poco acertados. “Eso que llaman comunalidad” es uno de esos nuevos libros lleno de aquellos viejos conceptos donde se lee:
“Somos comunalidad, lo opuesto a la individualidad, somos territorio comunal, no propiedad privada; somos compartencia (sic), no competencia; somos politeísmo, no monoteísmo. Somos intercambio, no negocio; diversidad, no igualdad, aunque a nombre de la igualdad también se nos oprima. Somos interdependientes, no libres (sic). Tenemos autoridades, no monarcas. Así como las fuerzas imperiales se han basado en el derecho y en la violencia para someternos, en el derecho y en la concordia nos basamos para replicar, para anunciar lo que queremos y deseamos ser.”
“Habla poblano mientras yo te gano”, reza un conocido refrán (aunque éste también ya anacrónico). La demagogia indigenista encubre la gravedad de lo que comentamos pasa en los pueblos. Cuando lo que urge es darle un sesgo también global a las respuestas contra las agresiones de las transnacionales, una organización más amplia y certera a las luchas de los pueblos indígenas que hoy se debaten en el más grande peligro de su historia: su liquidación, su debate entre la vida y la muerte, frente a este poderoso embate económico de empresas extranjeras.