Tres profesores de la élite dirigente se encontraron durante el típico plantón magisterial de mayo en El Jinete, cantina de alcurnia “nita” ubicada en el antiguo pueblito zona de tolerancia de antaño. Hasta ahí llegó fuertemente custodiado el maistro Chepil, máximo jerarca recién casado y mejor apadrinado igual que los otros dirigentes en ascenso, jóvenes y briosos, dispuestos a lidiar al toro que les pusieran enfrente.
Antes de entrar a negociar sus posiciones en la Asamblea General cada uno platicó cómo le había ido con sus nuevas mujeres.
—Anoche le di masajes a mi esposa con un aceite de oliva finísimo —dijo uno de ellos—, luego hicimos el amor apasionadamente. La hice gritar durante 5 minutos.
—Anoche —dijo el otro— le di masajes a mi mujer con un aceite perfumado afrodisíaco que me trajo “La Maestra” Elba de África, luego hicimos el amor. La hice gritar 10 minutos.
—Anoche le di masajes a mi esposa con manteca de puerco —dijo Chepil en su oportunidad—, le unté y acaricié toooooodo el cuerpo con la manteca, luego hicimos el amor. La hice gritar dos horas seguidas.
Los dos trabajadores de la educación preguntaron asombrados:
—¿Dos horas?, ¿y qué hiciste para hacerla gritar tanto tiempo? ¡Eche la fórmula profe!
—Me limpié las manos en la colcha.