Aquel pueblo mágico tenía anualmente su reina, su feria y su corrida de toros. Aquel año hubo más muertos y partos en pasillos, baños y escaleras del Centro de Salud. Ese fue el tema en la misa de apertura de la fiesta. El presbítero ordenó a todos rezar por los muertos y niños mal paridos en el Centro de Salud. Pidió al altísimo que ahora sí el gobernador corriera a los funcionarios que en vez de proveer a las clínicas se robaban el dinero. De ahí salieron todos a la primera corrida de toros.
Cada toreo tenía algo singular. Al filo del medio día, cuando la cerveza corría a raudales, un toro se negaba a morir a pesar que el matador le había dado ya estocada y puntillazo. Fue cuando se asomaron al ruedo el médico director del Centro de Salud y su esposa jefa de enfermeras y dirigente sindical. Al verlos, todos los espectadores gritaron al unísono:
— Esos de la Secretaría de Salud que bajen a curar al toro pa’que se muera.
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