Por fin aquel arzobispo de Mantequera, el único que después de mucho pudo regañar a un gobernador, luego de colocar a sus amigos íntimos en puestos de poder terrenal, logró penetrar una institución (no sean mal pensados) al instalar un templo nada menos que en la Cámara de reputados.
Fue una muestra del avance en la recuperación de los antiguos fueros clericales. Hasta el mero jefe de los reputados inclinó la cerviz ante el cura. Gran triunfo gracias a la habilidad del padre Buvis, encargado de abrir todo tipo de puertas.
Después de aquella memorable misa siguió una no menos memorable pachanga, previamente santificada, como todo bacanal que se respete. Acudieron no sólo reputados, sus asesores, sus chogumas y hetaira, también algunos de los más transas presidentes municipales que cargaron con los gastos. Entre ellos el afamado “Caribonito” de San Pietro Telochutas.
Era un mar de políticos, curas y obispos que daba gusto. Ya muy entrado en güisquis el “caribonito” consideró iniciar la cacería de féminas. Hizo asomar unos billetes cafecitos en la bolsa de su camisa y se lanzó sobre una presa de largo vestido negro. “Espero que no estés de luto mi amor”, le dijo el beodo al tiempo que le extendía su brazo. “¡Ay! Pendejo —le respondió el de una voz aguardentosa jalando los billetes— soy el cura que acaba de oficiar la misa”.
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