Nuestro personaje concluyó la carrera de medicina en la escuela más cara del continente, pero nada aprendió o de plano nada le gustó esa carrera pues nunca quiso ejercerla. Nunca mostró vocación para curar a la gente, sino más bien vocación de político, o sea era un ojete. Imaginen, llegó hasta diputado.
Un influyente tío suyo lo metió a la política, pero tuvo que atender un dispensario médico del PRI en su natal Tehuantepec para empezar. No curó a nadie pero adquirió fama con sus gracejadas.
Un día llegó al dispensario médico un señor con su hijo. De inmediato el médico fugaz ordenó al muchacho:
—Desnúdate, bájate el pantalón.
—Doctor –respondió el chico–, el enfermo es mi papá.
—Ok pues, ¡tío, enséñeme la lengua!