Hace años en una población indígena zapoteca los maestros también indígenas zapotecas, pero alfabetizados en español, instruían a sus alumnos en zapoteco, o sea los chicos sabían leer pero no hablar en español; las matemáticas se las explicaban en zapoteco y ellos sabían matemáticas en zapoteco. Por eso cuando llegó el inspector de la mismísima capital del estado a supervisar como iba la chamba de los profes se quedó estupefacto, perplejo, anonadado, medio buey, pues.
Los chamacos latosos no entendían que diablos hablaba el supervisor y éste tampoco que decían los chamacos pero veía con asombro como resolvían perfectamente las operaciones matemáticas, además de que escribir en fino castellano oraciones bien estructuradas. Sorprendido se le salió un “cabrones hijos de la chingada, ¿cómo le hacen?”, pero sin problema porque nadie le entendió.
Registró en su bitácora detalladamente este hecho insólito para explicarlo largamente a sus superiores. Fue a supervisar otro salón de clases. Al llegar se llevó otra sorpresa, todos los alumnos se levantaron para saludarlo en español. “Bueno día señor superviso, bienvenido, quí lo queremo mucho”.
Más sorprendido por la zalamería de los chamacos que por el mal español y las malas operaciones matemáticas que vio en el pizarrón, el supervisor llamó aparte al maestro y lo interrogó: ¿Qué pasa aquí? En el salón de junto no hablan español, pero saben matemáticas y leen bien, y acá que hablan español tienen todo mal.
El veterano profesor palmeó la espalda de su superior y le dijo, “al rato explicarte maistro, al rato en la cantina de Ramona, tiene botana sabrosísima vieras, puro marisco hermano. También hay chamacas; ja, ya verás”.
Llegó la hora de la salida y los dos docentes salieron rumbo a la cantina de Ramona. Fueron bien recibidos, hasta con algarabía, por supuesto el profe local era cliente asiduo del lugar. De hecho ahí pasaba todo su tiempo libre, entre botanas, chelas y putas. Fue generoso con el supervisor, quien seguía con la curiosidad por saber lo que le preguntara en la mañana al profe. No fue necesario insistir para entender el atraso de los alumnos, ya medio borracho éste le comentó una de sus experiencias que, presumió, lo ponían como el chingón del pueblo.
--Una vez dejé tarea, compa. Dije busquen quien es Maximiliano de absurdo. Pasó días y ningún chamaco trajo tarea.
--¿Maximiliano de absurdo?, repitió el supervisor extrañado.
--Sí, hasta que un día llegó uno con la respuesta, me dijo.
--Maestro es Maximiliano de Habsburgo, no de absurdo, pero mi tío me ayudó con la tarea con la condición de que yo le dijera a usted que es un pendejo.
--Bueno pues, dile a tu tío que seré un pendejo pero gano más que él.
Los chamacos latosos no entendían que diablos hablaba el supervisor y éste tampoco que decían los chamacos pero veía con asombro como resolvían perfectamente las operaciones matemáticas, además de que escribir en fino castellano oraciones bien estructuradas. Sorprendido se le salió un “cabrones hijos de la chingada, ¿cómo le hacen?”, pero sin problema porque nadie le entendió.
Registró en su bitácora detalladamente este hecho insólito para explicarlo largamente a sus superiores. Fue a supervisar otro salón de clases. Al llegar se llevó otra sorpresa, todos los alumnos se levantaron para saludarlo en español. “Bueno día señor superviso, bienvenido, quí lo queremo mucho”.
Más sorprendido por la zalamería de los chamacos que por el mal español y las malas operaciones matemáticas que vio en el pizarrón, el supervisor llamó aparte al maestro y lo interrogó: ¿Qué pasa aquí? En el salón de junto no hablan español, pero saben matemáticas y leen bien, y acá que hablan español tienen todo mal.
El veterano profesor palmeó la espalda de su superior y le dijo, “al rato explicarte maistro, al rato en la cantina de Ramona, tiene botana sabrosísima vieras, puro marisco hermano. También hay chamacas; ja, ya verás”.
Llegó la hora de la salida y los dos docentes salieron rumbo a la cantina de Ramona. Fueron bien recibidos, hasta con algarabía, por supuesto el profe local era cliente asiduo del lugar. De hecho ahí pasaba todo su tiempo libre, entre botanas, chelas y putas. Fue generoso con el supervisor, quien seguía con la curiosidad por saber lo que le preguntara en la mañana al profe. No fue necesario insistir para entender el atraso de los alumnos, ya medio borracho éste le comentó una de sus experiencias que, presumió, lo ponían como el chingón del pueblo.
--Una vez dejé tarea, compa. Dije busquen quien es Maximiliano de absurdo. Pasó días y ningún chamaco trajo tarea.
--¿Maximiliano de absurdo?, repitió el supervisor extrañado.
--Sí, hasta que un día llegó uno con la respuesta, me dijo.
--Maestro es Maximiliano de Habsburgo, no de absurdo, pero mi tío me ayudó con la tarea con la condición de que yo le dijera a usted que es un pendejo.
--Bueno pues, dile a tu tío que seré un pendejo pero gano más que él.