Los lisonjeros empezaron a ensalzar el triunfo arrollador de Sabino Cuezco Vallegrave, cuando antes le decían iluso que de nuevo habrían de reventar en tribunales. “Qué hombre, mi Sabinote, eres todo un tsunami apá”, decían ahora.
La euforia cundió entre la población anti priista, fue tanta que en vez de dirimirse en tribunales se andaba dirimiendo a balazos, como sucedió en Totolapam donde el presidente municipal tundió a balazos a otro que se burló de su luto priista.
Total que los pobres priistas ya no sabían dónde meterse, pues no todos traen pistola. Eran motivo de bromas y escarnio. En otro pintoresco pueblo popular sin asamblea de Oaxaca dos alegres compadres, prominentes priistas del lugar, ya estaban hasta la coronilla de la burla simulada de sus paisanos: “hermanos, perdimos”, les decían al verlos por la calle y los abrazaban con falsa solidaridad.
Así los compadres tuvieron que aguantar varios días de jiribilla. Si iban a una cantina, no uno sino varios borrachos, igual que ellos, los abordaban para recordarles el ominoso descalabro: “hermanitos nos ganaron”, les decían y los estrechaban con fingido pesar.
De manera que los compadres, priistas hasta las cachas, ya no sabían a dónde ir. Era el primer fin de semana con la derrota a cuestas y acordaron reunirse en la cantina de Octaviano el muxhe”, lugar poco concurrido.
A las dos de la tarde coincidieron puntuales en la puerta de Octaviano. En cuanto la mesera gorda y mantecosa los vio entrar se abalanzó sobre ellos para abrazarlos: “Hermanitos de mi alma, ¡ay! que derrota chingaos, ¡ay! qué putiza mi´jos”, y prorrumpió en llanto. Ella parecía sincera pero de todos modos ya estaban hasta la madre de que les recordaran la derrota. Así que salieron de inmediato. “Mejor vamos por unas caguamas y nos las echamos en mi casa, compadre”. Así lo hicieron.
Además, para asegurar que ya no abordarían ese doloroso tema, el más cuerdo propuso no hablar ya de política.
- Pero de qué chingaos vamos a platicar, compadre, dijo el otro.
-Platiquemos de sexo.
-¡Ah!, bueno pues, eso también me gusta mucho. Perfecto.
De manera que pasaron por las caguamas bien “muertas” al depósito de doña Profunda y, acomodados bajo la sombra de un arbolito en el patio de la casa, destaparon la primera cerveza que, rebosante de espuma, presagió borrachera segura.
Ya tenían buen tema de qué ocuparse, se sentó uno frente al otro, se miraron con mutua compasión, y el anfitrión inició la plática:
¡Pero qué pinche cogida nos dieron, compadre!