Con una mano atrás y la otra también llegó a Rancho Las Salinas un yopecito, de nombre Aberrardo Papelestrasa Fiu, procedente de Ixtuacán. Se le arrimó a un rico local y mansito como era poco a poco se ganó su confianza. No había chamba que no ejecutara el pobre, fuera trabajo limpio o sucio. Cuando era la fiesta de los junior se vestía de lindo payasito y ¡Hacía de reir tanto a la concurrencia vieran! Con el mismo entusiasmo bajaba al sótano a arreglar el drenaje. Sus patrones lo adoraban. Era tan solícito como solicitado: Papelestrasa por aquí, Papelestrasa por allá…
Aberrardo Papelestrasa pudo cumplir su sueño de conocer el mar hasta entrados sus 20 años. Solo había visto fotos en los libros de la primaria, algunos de los años en que pudo asistir, pues eran muy pobres. Por eso en las tarde que sus patrones y patroncitos le dejaban libre se iba a recorrer las playas de Rancho Las Salinas, loco soñador como era, trazaba líneas imaginarias sobre la arena.
“Aquí pondré la estatua de una sirena —proyectaba—, más allá una caballito de mar, y desde aquel cerro hasta donde acaba esta playa construiré mi malecón dorado, se llamará Malecón Aberrardo Papelestrasa’, y quedará rete bonito”.
Algo pasó en la cabeza del payasito pues poco a poco su actitud fue cambiando, empezó a odiar que lo vistieran de payaso, empezó a envidiar hasta la locura las comodidades de sus patrones y patroncitos. Empezó a desear con frenesí a la hija del patrón, hasta el chofer teco, un fornido homosexual de la séptima Sección, con quien compartía el cuarto del palomar le reclamó: “Un día te van cachar cómo ves a la niña… nostá bien, no seas binniguicha tu Papelestrasa ruacheé”, le aconsejó.
Pero no fue todo, también empezó a sustraer piezas costosas del negocio de sus jefes, una a diario, hasta que el robo hormiga fue escandaloso y al investigar cayó el chacal. Fue echado vergonzosamente de aquel hogar. Pero ya había robado suficiente, de inmediato instaló su negocio y se puso a competir contra sus ex patrones. Para esa competencia contaba con un arma fundamental: le entraba a todo.
Hizo mucho dinero, sabía robar porque repartía, así, en vez de ir a la cárcel le daban más chamba. Un día entró a la política de la mano del político más cabrón de Rancho Las Salinas. Se le dobló tanto que tiempo después de que aquél dejó la presidencia municipal accedió a hacerlo presidente, primero candidato donde dio rienda suelta a sus mentiras, prometió hasta meter luz potable y agua eléctrica en las colonias populosas donde hay chorro de votantes.
En cuanto ganó, el ingrato de Papelestrasa desconoció a su padrino y se rodeó de muchachitos igual de locos soñadores que él y se pusieron a gritar fuerte a los cuatro vientos lo mucho que amaban su proyecto de malecón dorado. Le hicieron fuchi al gobernador cuando los miró cual bichos raro exigiendo malecón carísimo. Hasta una señora le dijo en el periódico “Papelestrasa y chamacos que lo acompañan, ¡ya déjense de maleconadas!
De nuevo la cabeza del ex payasito, ahora dueño de una flotilla de autos de lujo, empezó a torcerse. Parecía odiar a todos los que no comprendían sus hermosos sueños de remiso chamaco veinteañero que caminaba sobre la húmeda arena del mar azul. Por eso cuando un huracán asoló al pueblo no movió un dedo y dejó que el agua entrara hasta el centro. En una reunión de su partido azul en la capital, sus compañeros de banda le preguntaron por qué había dejado que el agua llegara hasta el centro. Recordó su infancia adolorida en Ixtuacán, su estancia de mocito, sus sueños incomprendidos en sus más de 50 años medio vividos, para responder lapidario:
— A mi me dijeron que pintara de azul Rancho Las Salinas, por eso ¡Que entre todo el mar azul!