Por esas raras coincidencias, en la Cámara de diputados del estado lograron una curul tres istmeñas que, aunque no eran del mismo pueblo, se querían desde adolescentes. Las tres eran acérrimas priistas —dicen que una logró la candidatura con Murat porque le llevaba queso, crema y totopo—. También, por casualidad, la terminación de su nombre era “ina”: Langostina, Delfina y Pulpina.
Un día, mientras comían las viandas que servían las edecanes en el salón de sesiones, suena un celular y le informan a Langostina que la madre de Pulpina acaba de morir.
—¡En la madre! ¿Ahora quién le da la noticia? —le dice a Delfina —. ¡Se nos va a poner muy mal!
—No, yo no le digo —responde Delfina —. Yo soy muy zonza para esos asuntos. ¡Me da terror!
—No te preocupes —la calma Langostina —. Soy psicóloga natural. Se lo diré delicadamente.
Al notar su ausencia, Pulpina las busca:
—¿Qué onda viejas, ¿Por qué esas pinches caras de espantadas?
—Ven para acá... —la jala Langostina a un privado—. Ven, quiero platicar contigo.
—¿Pos que chingaos pasó?—dice Pulpina preocupada.
—Fíjate que estaba pensando: ¿qué sucedería si algo malo nos pasara?—pregunta Langostina.
—N’ombre, no digas eso pendeja. ¿Qué nos puede pasar? Chingo de veces agarramos el pedo manejando al Istmo y aquí estamos...
—Uno nunca sabe —dice Langostina ominosa—. Dime: ¿qué preferirías: ¿que se muriera tu mamá o que se muriera la mía? —preguntó buscando la manera de dar la mala noticia con delicadeza.
—¡No digas eso!, ¡cómo que se muera mi mamá o la tuya! ¡Pos ninguna cabrona!, ¡no juegues!
—No, no… pero ¿si tú tuvieras que escoger?—insiste Langostina.
—¡Ah!, pues en ese caso —dijo triste Pulpina—… Pos ni pedo… que se muera la tuya.
—¡Áandale cabrona! ¿Ya viste?, pos por cul…eid: ¡fíjate que se murió la tuya!