“Ligar a la Casa de la Cultura de Juchitán con la COCEI y con el maestro Francisco Toledo en esa época fue inevitable, aunque muy poco o casi nada hicieron – ni entonces y ni después- los ´jóvenes luchadores sociales´ por apoyar al centro cultural. El afamado pintor juchiteco, que aportó relaciones, talento y recursos a la Casa, marcaría después una gélida distancia con los líderes coceistas y la Casa de la Cultura, y en décadas no ha vuelto a ella ni a su querido Juchitán”.
Eso publicamos hace 7 años aquí mismo, en el 40 aniversario de esa Casa. El hermoso inmueble lucía majestuoso, elegante, luego de su reparación y modernización. Un acogedor auditorio con todo lo necesario, sonido, pantallas, mobiliario, se había incluido en la vieja casona. Afuera el patio solariego con sus alcaravanes bajo los árboles.
“En ese espacio se construyó un mundo que hasta entonces era inaccesible para muchos. Pinturas, grabados, fotografías, esculturas, danzaban en la Sala de Arte contemporáneo, a un costado del pequeño museo de arqueología que no terminaba de sorprender, a quienes siendo niños vieron por vez primera un cráneo antiguo, una vasija prehispánica, un hacha votiva, muchas de ellas piezas donadas por Francisco Toledo y que eran testimonio de los ancestros zapotecas y de otras culturas de Mesoamérica”, decía En Marcha en ese 2012.
En un principio, fue casi natural que las reuniones de la COCEI se realizaran ahí, discusiones ideológicas y disputas por el poder. http://www.revistaenmarcha.com.mx/miscelanea/cultura/965-casa-de-la-cultura-de-juchitan-lidxi-guendabianni-40-anos-de-dificil-existencia.html
Por eso también fue casi natural que, con la ruptura de Toledo con la COCEI igualmente se diera su ruptura con la Casa de la Cultura que creó. Desde 1983, en que fue agredido físicamente en La Ventosa, habría renunciado a Juchitán, pero es 1989, al recoger su patrimonio pictórico de la Casa y marcharse de su tierra, cuando se considera su salida definitiva. Inició Toledo con dos golpes como luchador social y creador de centros culturales, precisamente en su tierra.
Aunque los intelectuales y artistas importantes salieron de la organización, sólo un escritor y un pintor, Víctor de la Cruz y Sabino López, fundadores de la COCEI, se deslindaron con claridad: “No es válido haber utilizado a la gente, tantos mártires tenemos para que a la hora buena se tire la bandera a cambio de una lana”, fue la expresión lapidaria de Sabino que compite con la de Víctor: (desde 1989 la COCEI) “estaba muerta, pero como las aves de rapiña, para seguir viviendo de él necesitaban el cadáver embalsamado de quien en vida había llevado ese nombre”.
Por más que sugeríamos un deslinde crítico, sólo esos dos personajes declararon a En Marcha al respecto. El genio juchiteco quizá consideró que ya había perdido mucho tiempo con quienes “eran esperanza democrática, pero degeneraron en demagogia y corrupción” (Proceso, 1989).
Publicamos en este número nuevos argumentos de que las esperanzas en la COCEI eran de mucha gente, entre ellas Toledo, pero no de sus creadores, lo que se desprende de los testimonios de protagonistas de la época: previo a fundar la COCEI, López Nelio y Héctor Sánchez buscaban a Heberto Castillo por la izquierda y a José Murat y Gómez Villanueva, por el PRI-gobierno. Luego se involucrarían con Heladio Ramírez.
Urge que los académicos ocupados del tema trasciendan sus esquemas ortodoxos que imponen a la realidad. Decir que la COCEI recoge o recogía las luchas autonomistas de los zapotecas del Istmo, por ejemplo, revela una gran confusión. No se puede desdeñar el análisis de De la Cruz, donde afirma que para la COCEI la cultura era “sólo aprovechable para sus fines y ambiciones de poder”.