
La emoción cunde al aparecer el estandarte, portado por un encapuchado de vistosas túnicas. Atrás en largas hileras se suceden cientos de “nazarenos”, mujeres y hombres, niños incluso, quienes acompañarán en su travesía a las representaciones de diversas escenas del vía crucis cristiano y a la virgen María en varias de sus versiones. Van vestidos con capuchas y enfundados en largas túnicas, lo mismo portan cirios de diversos colores, que cargan una cruz negra; muchos van descalzos. Les espera un largo recorrido de entre seis y 14 horas, según la cofradía a la que representen.

seca ya tus lagrimales
que por aliviar tu pena
van cantando tus varales
“No llores Tú, Macarena”.
¡Maja!, ¡guapa, guapa y guapa! le gritan a su paso a la Virgen de la Macarena. Es la Madruga´ de Viernes Santo, en que la ciudad no duerme pues llega a su cenit la celebración de Semana Santa. Cuando todavía no terminan las procesiones del jueves, justo a la medianoche salen las correspondientes a las cofradías de El Gran Poder y la Virgen de la Macarena; minutos más tarde lo hace la de Los Gitanos. Por su fama de vistosidad y algarabía, son las que crean más expectativas entre sevillanos y turistas que colman las calles y que han esperado dos, tres o más horas (hasta 12 en las explanadas de las iglesias de salida) el paso de los cientos de nazarenos que anteceden al Cristo, y luego, otros tantos para el paso del palio de la Virgen.
Enmarcada en los sones de Peregrina, la yucateca canción de Ricardo Palmerín, la vemos pasar en La Campana, justo a la entrada del Centro Histórico donde visitará, como todas las cofradías, la catedral. Dos mil 400 nazarenos participan en el paso de la Virgen de la Macarena, uno de los íconos religiosos más populares de España. Dos bandas de música, cada una con alrededor de cien integrantes; varias decenas de acólitos; un centenar de centuriones que la resguardan; más varios turnos de 60 costaleros, que son los encargados de cargar las imágenes que pesan de dos a cinco toneladas, completan el cortejo.
Los acompasados pasos de los costaleros, cubiertos en su totalidad por coloridas mantas y las evoluciones que hacen con las representaciones de gran peso que cargan, siguiendo el acorde de la música, hace que la algarabía y los aplausos estallen. Esa es parte de su célebre vistosidad.
En su travesía la esperan con flores o le avientan pétalos desde los balcones; en otros le dedican, a capela, unas saetas (coplas). Pero el rito no puede esperar. Cumplen con puntualidad su itinerario, a lo sumo un retraso de dos o tres minutos. Impresiona ese alarde de organización y precisión, más aún al ver el laberinto de calles, algunas sumamente estrechas, por las que habrán de pasar. Más si consideramos que en distintos puntos llegan a coincidir varios pasos.
Ayudarlo, costaleros,
Que no se puede mové,
Pesa mucho ese maero
Aunque sea ese Cordero
El Cristo del Gran Podé

Pero también hay mucho de espectáculo. La belleza de las calles, sus puentes sobre el río Guadalquivir, lo portentoso de los edificios de Sevilla, mezcla de la tradición ibérica, el Renacimiento y ribetes de la permanencia árabe en España, son el marco de una no menos espectacular movilización de masas. Durante una semana, del Domingo de Ramos al de Pascua, desfilan por las intrincadas vías 61 cofradías. La mayoría se integra por dos momentos: el paso de la Cruz o el Cristo, en primer lugar, y luego el de la Virgen, patrona de la parroquia en cuestión. Unas cuantas lo hacen en silencio, la mayoría van acompañadas de bandas de música.
Lo vistoso de los trajes, los adornos del Cristo y del Palio de la Virgen, la contratación de las dos o tres bandas que los acompañan, de los saeteros que entonarán sus coplas, hace que cada cofradía invierta entre 70 y 90 mil euros, que recaudan de las aportaciones de los socios, los donativos y la subvención que reparte el Consejo de Cofradías. Y es que está presente el pique entre cuál es el mejor adorno, las evoluciones más vistosas, la que congrega más gente, la que es más vitoreada. No es el espíritu de fraternidad sino el de competencia el que los anima.
Ni la estrella más bonita,
Ni la Luna, ni cien soles,
Tienen tu gracia infinita,
Ni tienen los resplandores
De tu hermosura bendita.

El recogimiento espiritual de las procesiones, es bordeada por las largas y estilizadas piernas de las mujeres de Sevilla quienes, ataviadas con cortísimas minifaldas, esperan ver pasar al amigo o amiga que sabe, desfila como nazareno. Sevilla está de fiesta. El misticismo que rodea a los nazarenos, se rompe entre los espectadores. La frivolidad también deja a un lado a la espiritualidad.
Porque si a unos los motiva la fe, otros tantos desfilan por un aparente egocentrismo: lucir ante los amigos, las mujeres, la pareja. Cuando advierten a un conocido en el público saludan alegres, dan constancia de que ahí van, soportando valientemente la jornada. Han anunciado desde antes su presencia en ella, por eso también son esperados por sus camaradas. Lo sacro cede ante la mundana ostentación.
Desde niño ante tu altar
me enseñaron a quererte
a ser bueno y a rezar
ante tu imagen sin par,
Cristo de la Buena Muerte.
Es también un acto de reafirmación de la identidad de las y los sevillanos. Serlo, también pasa por haber participado en los pasos. Es parte de la tradición familiar y colectiva; incluso bebés en carreolas van en el desfile, vestidos como la usanza lo indica. Niñas y niños marchan acompañando a sus padres, vestidos como acólitos algunos, otros más ya con la capucha bien puesta, cargando también sus cirios; obsequian caramelos a los espectadores de su edad que extienden la mano para recibirlos, aunque no todos con suerte. Algunos, un poco más mayores, llevan estampitas de sus cofradías; la suerte entre los espectadores es conseguir las más posibles.
La tradición marca ver un paso, para inmediatamente ir a un cruce de calles distinto a ver otro. Entre cinco y nueve desfilan diariamente. Revisten tal importancia, que son marco también para la disputa por derechos de distintos sectores. La reconciliación no es precisamente el valor que se evoca en estos días.
Así, mientra la voz oficial de la Semana Santa convoca a manifestaciones contra la Ley del Aborto, justifica el veto a las mujeres que mantienen algunas hermandades, se escandaliza con los matrimonios homosexuales, y considera que la fiesta es sólo para católicos, apostólicos y romanos, la realidad dice otra cosa.
Las mujeres exigen sus derechos. Por eso en este 2010 se esperaba con gran expectación el paso de El Gran Poder, una de las cofradías de mayor raigambre y de las más poderosas. Por vez primera, tras reformar sus reglas internas, han aceptado la participación de mujeres como nazarenos; 200 de ellas fueron parte de sus filas. Ahora sólo tres cofradías excluyen aún a las féminas.
Agnósticos participan sin rubor en las procesiones pues les emociona y los hace sentirse parte de la comunidad sevillana. La comunidad gay, un poco soterradamente, un tanto de manera abierta, exige ya sean reconocidos sus derechos.
La respuesta de la Iglesia ha sido establecer nuevas condiciones: ser bautizado para ingresar a la cofradía; para pertenecer a la dirección, los candidatos deben certificar que tienen una situación conyugal “normal”, es decir, no pueden ser divorciados ni casados sólo por lo civil y mucho menos con una persona del mismo sexo.
Así la presencia laica coexiste con la religiosa. La conjunción de ambas difícilmente se aprecia en el desfile, pero está presente en todo lo que la rodea.
Y al margen de la fe, o más bien, aprovechando ésta, la celebración de la Semana Santa es bastante rentable para Sevilla. Su impacto directo en la economía local se calcula en más de 160 millones de euros (según la Confederación de Empresarios de Sevilla y la Cámara de Comercio), eso sin cuantificar la proyección de la imagen turística de la zona.
La Iglesia está lejos de mantenerse al margen de los tratos económicos. Ser socio de una cofradía es un asunto también de recursos, para pagar las aportaciones, comprar el traje y los implementos. Así, empieza a convertirse en un asunto de élites o en el sacrificio de los de menos recursos para cumplir con su manda. No acaba ahí la cosa. En las calles que bordean la catedral, se instalan miles de sillas, sólo para quienes pueden comprar los abonos, cuyo precio menor es de 80 euros, para disfrutar todos los pasos –que necesariamente transitan por esas calles– cómodamente sentados y evitando las aglomeraciones.
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
Lo que si deja constancia la Semana Santa en Sevilla, es que es un indudable fenómeno de masas. Es una semana en que las actividades prácticamente se paralizan; de todas las colonias y pueblos cercanos llegan a la ciudad. Más allá de los motivos que los animen, religiosos o mundanos, es una fiesta de los sevillanos. Las disfrutan, se emocionan hasta las lágrimas y las viven plenamente. Ya las decenas de miles que participan como nazarenos, cargadores, miembros de las cofradías, o bien como espectadores, corriendo de una calle a otra para ver el mayor número de pasos posibles; soportando las inclemencias del tiempo, desvelando; en grupos de amigos o en familias; como motivo de reunión y para compartir el momento, hacen suyas las calles durante toda la semana.
Por eso también es la atracción de los visitantes: porque es una celebración andaluza que enorgullece a los sevillanos que la sienten y la saben suya. La semana ha concluido, justo para empezar a preparar su Feria de Abril, así que la fiesta continúa. Por eso, como rematan los españoles una acción bien hecha, o muestran su agradecimiento y complicidad: ¡Y Olé!!!