Pirómano y abonero
Un tal Yariu Urias Piu, hace un par de décadas prendió fuego al palacio municipal de su pueblo y huyó, se refugió en las cálidas tierras del Istmo donde halló hospitalidad de sobra: negocios, cargos públicos, la liberalidad que ha hecho famosa a esa tierra con sus Intrépidas y hasta una buena mujer. Muy contento estaba el pirómano en esas tierras, donde empezó a acumular cierta fortuna, siempre atrás, pegado a su amo y socio tehuano.
Lo mejor que encontró Yariu fue ese gran cómplice con quien dio rienda suelta a todos sus talentos. Taimado negociante, sabía cómo complacer a su amo y socio. Sin embargo, no todos los turbios negocios que hacía desde el cargo público que su amo y socio le dispensara iban viento en popa, pues desde que la clientela del Valle resentía la crisis, pocos podían pagarle las plazas de burócratas que vendía.
Ante tal situación urdió un plan innovador: vender las plazas en abonos. Su consigna era que nadie se fuera sin dejar un billete. Pero cómo la crisis arreciera y los compradores de plazas dejaron de plano de pagar, Yariu tuvo que enfrentar el disgusto de su amo y socio que lo cuestionó.
— ¿Qué pasó perrito, ya no tenemos plazas y no veo claro? ¿Cómo me explicas eso? ¿Qué ha pasado? ¿No me estarás llevando al baile de las Intrepidas?
—No, nada de eso, dijo sudoroso el pirómano y abonero. Le tengo una mala noticia pero también una buena amo. Es que he dado puro fiado esas plazas y la mayoría no me pagó.
— ¿Y la buena?
— La buena es que se las di caro.
Lo mejor que encontró Yariu fue ese gran cómplice con quien dio rienda suelta a todos sus talentos. Taimado negociante, sabía cómo complacer a su amo y socio. Sin embargo, no todos los turbios negocios que hacía desde el cargo público que su amo y socio le dispensara iban viento en popa, pues desde que la clientela del Valle resentía la crisis, pocos podían pagarle las plazas de burócratas que vendía.
Ante tal situación urdió un plan innovador: vender las plazas en abonos. Su consigna era que nadie se fuera sin dejar un billete. Pero cómo la crisis arreciera y los compradores de plazas dejaron de plano de pagar, Yariu tuvo que enfrentar el disgusto de su amo y socio que lo cuestionó.
— ¿Qué pasó perrito, ya no tenemos plazas y no veo claro? ¿Cómo me explicas eso? ¿Qué ha pasado? ¿No me estarás llevando al baile de las Intrepidas?
—No, nada de eso, dijo sudoroso el pirómano y abonero. Le tengo una mala noticia pero también una buena amo. Es que he dado puro fiado esas plazas y la mayoría no me pagó.
— ¿Y la buena?
— La buena es que se las di caro.